El hermano mulato de Martí
La historia del periodismo cubano acogió con orgullo a uno de sus más ilustres exponentes, Juan Gualberto Gómez Ferrer, definido por el Apóstol como su hermano mulato y bien recordado por su vasta cultura y magistral oratoria y por no dudar ni un segundo para, en el momento exacto, proscribir la pluma y unirse a la causa libertaria en la manigua.Gracias a que sus progenitores, Fermín Gómez y Serafina Ferrer, entonces esclavos domésticos ahorraron dinero para comprarlo desde su estancia en el viente de su madre, el 12 de julio de 1854, Juan Gualberto Gómez nació libre en ingenio Vellocino, en la otrora Sabanilla del Comendador, que hoy ostenta su nombre, justo en la provincia de Matanzas.
Cursó estudios en los mejores colegios para niños negros, hasta 1868, cuando comenzó la Guerra de los Diez Años. Continuó su vida académica en Europa partiendo a París en 1869, donde estudió carruajería en el día y en las noches se dotó de los más avanzados conocimientos y el revolucionario ímpetu de la tierra parisina por su novedoso tratamiento a los derechos ciudadanos y la equidad entre los hombres sin importar el color de su piel.
A su retorno a la Mayor de las Antillas conoció en La Habana a José Martí y la empatía y equidad de ideales que los caracterizaba forjó entre ellos una creciente amistad devenida hermandad en los terrenos personal y libertario. Comenzó entonces a desarrollar un periodismo marcado por las tendencias liberales y abolicionistas. Es por ello que en 1880, previo a su primer destierro, fundó y dirigió el periódico «La Fraternidad», desde donde atacó la esclavitud, la discriminación racial y el colonialismo.
Igualmente abrió «La Igualdad» y «La República Cubana», periódicos por los cuales, junto a su simpatía y vinculación con los clubes revolucionarios, movimientos y accionar organizativo de la Guerra Chiquita, fue confinado a la prisión de Ceuta hasta 1882 y, al trasladarse a Madrid, desde las páginas de las publicaciones «El Abolicionista» y «La Tribuna» denunció la explotación y opresión que sufrían los hombres de entonces.
A su regreso a Cuba en 1890 «La Fraternidad» circuló con más fuerza. No solo atacó el fanatismo político y la incapacidad de España para mantener a la Isla como su colonia, sino que continuó su labor antirracista y enfrentó el autonomismo y las anticubanas labores del diario «La Marina».
Estas acciones le ganaron justificadamente el respeto del Apóstol y de Antonio Maceo, quienes consideraban la tarea de educación patriótica y social que se hacía en «La Fraternidad» como parte insoslayable de la preparación de la Guerra Necesaria, de la que cabe destacar su participación en el fallido alzamiento de Ibarra, Matanzas, el 24 de febrero de 1895, y que le costó una condena incialmente de 20 años, aunque en enero de 1898 fue puesto en libertad y marchó hacia Nueva York.
Retornó a Cuba en 1901 y asumió una participación activa en la Asamblea Constituyente, de la que fue electo delegado por Oriente y desde la que combatió fervientemente al apéndice constitucional denominado Enmienda Platt que favorecía los derechos anexionistas del gobierno estadounidense. Asimismo durante la segunda intervención militar norteamericana, integró como vocal la Comisión Consultiva y se desempeñó como Senador de la República hasta su deceso a los 78 años el 5 de marzo de 1933 en la Ciudad de La Habana.
Sin dudas, la integridad de Juan Gualberto Gómez Ferrer continúa siendo ejemplo para quienes admiramos la valía de su obra, la entereza de su accionar, su defensa pertinaz de los ideales antirraciales e independentistas y el más arraigado patriotismo de quien fungió como el más notable delegado del Partido Revolucionario Cubano en la Isla.