Contigo en la distancia… y en el recuerdo

A 103 años de su natalicio, la figura de César Portillo de la Luz se erige como uno de los pilares más altos y líricos de la cancionística cubana. Su legado, cincelado con la delicadeza de un orfebre del sentimiento, trasciende el tiempo y las geografías, convirtiéndose en patrimonio emocional de generaciones enteras.
Nacido el 31 de octubre de 1922 en La Habana, Portillo no solo fue testigo de una época de esplendor musical, sino artífice de una revolución estética que dio voz al alma cubana en clave de bolero, trova y feeling. Su obra, como un susurro eterno, sigue estremeciendo corazones y dibujando paisajes sonoros donde el amor y la melancolía se abrazan.
Desde sus humildes inicios, cuando la pobreza no logró silenciar el canto heredado de sus padres, Portillo supo convertir la carencia en cuna de inspiración. A los 19 años la guitarra se convirtió en su confidente y aliada, y con ella comenzó a hilvanar melodías que, lejos de ser simples acompañamientos, se tornaron en arquitectura emocional.
Su voz, vestida de terciopelo y nostalgia, encontró en la radioemisora Mil Diez el primer eco profesional y desde allí se proyectó hacia escenarios emblemáticos como el Sans-Souci y el Pico Blanco, donde cada interpretación era un acto de comunión con el público.
Pero si algo distingue a Portillo de la Luz en el mapa sonoro de Cuba es su papel fundacional en el género feeling, esa síntesis exquisita entre la canción trovadoresca, el lirismo del bolero y una sensibilidad moderna que bebía de las armonías del jazz y la música norteamericana.
Influenciado por Glen Miller, Stan Kenton y André Kostelanetz, y nutrido por el virtuosismo guitarrístico de Ñico Rojas y Guyún, Portillo expandió los límites armónicos de la canción cubana, dotándola de una riqueza que aún hoy asombra por su sofisticación y profundidad.
La universalidad de su obra se confirma en la voz de quienes la han interpretado: desde José José y Luis Miguel hasta Caetano Veloso, Maria Bethânia y Plácido Domingo. Cada uno, al cantar Contigo en la distancia o Tú, mi delirio, no solo rinde tributo a un compositor, sino que se convierte en médium de una emoción que no conoce fronteras.
Portillo no fue solo un músico: fue un pedagogo del sentimiento, un conferencista del alma, un maestro que enseñó a amar desde el pentagrama.
Su trayectoria, coronada por galardones como el Premio Nacional de Música y el Premio Latino a Toda una Vida, es testimonio de una existencia consagrada al arte. Pero más allá de los reconocimientos, lo que permanece es la luz que emana de sus canciones, esa claridad íntima que nos acompaña en los crepúsculos del recuerdo.
El 4 de mayo de 2013, al partir físicamente, se unió al podio de los inmortales, dejando tras de sí una estela de acordes que aún refulge en el corazón del pueblo al que en vida se entregó.
Al cumplirse 103 años de su natalicio, evocamos a César Portillo de la Luz no como una figura del pasado, sino como una presencia viva en el imaginario afectivo de la mayor de las Antillas. Su música, como un ritual de amor y memoria, sigue dibujando sonrisas embelesadas y estremeciendo el alma nacional. Y mientras el tiempo avanza, su legado permanece: luminoso, íntimo y perenne.
