Plácido, un mártir de la lírica cubana

Pocas figuras condensan con tanta intensidad los contrastes de su tiempo como Gabriel de la Concepción Valdés, conocido universalmente por un seudónimo que adoptó con orgullosa constancia: Plácido. Nacido en La Habana el 18 de marzo de 1809, su existencia quedó marcada desde el inicio por el estigma del mestizaje en una sociedad que segregaba sin pudor y encarnó desde su niñez una lucha vital por la dignidad, el reconocimiento y la libertad: temas que más adelante cristalizarían en el núcleo de su obra lírica.
Plácido fue un poeta autodidacta, versificador natural y, sobre todo, un espíritu sensible dotado de una asombrosa facilidad para la improvisación poética. Su lirismo, aunque comúnmente inscrito en la corriente romántica, se alejaba en muchos aspectos del sentimentalismo desbordado de sus contemporáneos. En su poesía se respiraba una finura expresiva y una musicalidad espontánea, a menudo acompañada de una alegría criolla que desmentía la melancolía romántica.
Su capacidad para captar con agudeza la vida cotidiana, especialmente en composiciones populares e improvisadas para fiestas familiares, lo posiciona también como precursor del criollismo y del siboneyismo lírico, dos tendencias fundamentales en el proceso de formación de una conciencia poética nacional. Pese a su innegable refinamiento estético, la obra de Plácido fue objeto de una crítica injusta y contradictoria: desde algunos sectores se le consideraba «demasiado blanco» para ser parte de la literatura afrocubana, mientras que otros lo despreciaban precisamente por su color.
Pero esa marginalidad, lejos de disminuirlo, terminó por engrandecerlo, dotándolo de una voz insólitamente moderna, cargada de denuncia implícita y de ternura revolucionaria. Su vida, además, estuvo signada por la precariedad y el sacrificio. Trabajó como carpintero, tipógrafo, fabricante de objetos de carey y colaborador de periódicos como La Aurora, de Matanzas y El Eco, de Villa Clara. Su actividad intelectual, sin embargo, despertó pronto la suspicacia de las autoridades coloniales que veían en su talento y popularidad una potencial amenaza.
En enero de 1844 fue arrestado en Matanzas, acusado de participar como cabecilla en la llamada Conspiración de La Escalera, una supuesta revuelta anticolonial orquestada por esclavos y hombres libres de color. El proceso judicial fue una farsa, plagado de torturas, delaciones forzadas y condenas arbitrarias. Pese a la falta de pruebas concluyentes, Plácido fue sentenciado a morir fusilado por la espalda. El 28 de junio de ese mismo año, su vida fue segada junto a la de otros diez condenados, sellando con sangre su compromiso con la libertad y su pertenencia definitiva al imaginario heroico de la nación cubana.
Hoy, Plácido es recordado no solo como un poeta excelso, sino como una figura cultural fundacional, cuya obra traspasó las barreras sociales y su legado, impreso en páginas y en la conciencia del pueblo, constituye un testimonio indeleble de que la poesía también puede ser un acto de resistencia y que el canto, cuando nace del corazón, puede convertirse en historia.