4 de julio de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Croquetas a cien pesos  

Lázara no está sola del todo, estarlo fue siempre su elección, pero igual sigue siendo complicada, digamos que es como el café: un polvo casi negro que parece tierra, que se vuelve una bebida exquisita, caliente y que da vida, amargo por gusto propio, pero algunas veces con tres cucharadas de azúcar y un poco de leche se suaviza y endulza. Si a eso le sumas una galleta para mojar y compañía, la vida es mucho más colorida.

Cute girl writing in diary and sitting at desk

¿Qué es la libertad? El poder para hacer lo que quieras sin que nadie se oponga y esa es la cuestión, que en la libertad no hay nadie que se oponga, ¡pero tampoco hay alguien que te acompañe! ¿Es libertad o soledad? Es la reflexión que hace Lázara al despertar cada mañana. No hay más que ver su cara al levantarse de la cama matrimonial a las 7:00 y algo de la mañana, porque ya el sol se va colando por las rendijas del pequeño cuarto donde duerme y se le hace imposible descansar con tanto resplandor. Son más de cien metros cuadrados construidos de casa y apenas duerme en 20.

A su lado el cuarto de baño con una sola toalla colgada al toallero y un cepillo de dientes azul. A continuación otra habitación, con una cama enorme, vacía y otra más adyacente a ella, esta con una cama personal, también vacía, una sala enorme al lado de la cocina y dos portales donde alguna vez amanecían niños jugando. ¿Quién está en casa ahora? Lázara y solo ella, no hay más nadie, no lo hay hace muchos años ya.

El primer gusto de la mañana es el aroma a café, el que despierta del todo las energías que casi no tiene, o al menos no igual a las que solía tener en su juventud. Son 56 años ya. El primer sorbo es amargo, así le gusta, aunque tenga un tarro enorme de azúcar debajo de la meseta, para ella el dulzor de las mañanas es el café amargo y sentarse en uno de los portales a fumarse un cigarro mientras va adaptando sus ojos marchitos a la luz del sol. En algún momento fueron verdes, como dos esmeraldas, con el tiempo se volvieron más oscuros, su piel sigue siendo blanca y pálida, aunque ya está notablemente ajada por manchas de sol y lunares por todas partes, es el precio de tener una piel tan clara y sensible.

En sus años dorados, por allá por los 90, se decía una joven rubia y esbelta, siempre cubierta de camisas para tapar su piel tan blanca y tersa en el trayecto del comedor social en el que trabajaba hacia su casa. Ya de aquellas memorias solo queda su experiencia entre los fogones que la han hecho toda una experta en el tema.

Martí, un pueblo poco notorio en la provincia de Matanzas, amanece como casi siempre sin fluido eléctrico y la mayoría de las zonas rurales e intrincadas que quedan dentro de él, como el central Esteban Hernández, no tiene conexión a internet y con la falta de electricidad aún menos. A veces no dispone ni de cobertura móvil, el celular es lo más cerca que puede estar Lázara de su segundo hijo, la única compañía que solía tener, pero ya han pasado cinco primaveras desde que él migró para darle una vida mejor y en este lugar de poca ayuda lo es el celular con tantos problemas de red.

-Quiere darle una vida mejor a su madre y poco a poco se la está quitando– dice Miguel, un vecino cercano, porque Ariel antes de cumplir su propósito de llegar a Estados Unidos legalmente y establecerse, estuvo mucho tiempo en planificaciones de salidas ilegales, incluso en el popular auge reciente de cruce de fronteras donde se vivían atrocidades. Miguel solo opina que es un muchacho muy bueno, pero la idea de salir de este país le sacó de la mente la razón y no paró hasta lograrlo, aunque eso le costara la salud mental de su madre.

 -Muy pocos saben que el hijo que le queda aquí muchas veces tuvo que llevarla al policlínico para verla con la psiquiatra, por la descompensación que tuvo en su padecimiento de los nervios durante el proceso de la travesía de Arielito, bueno, y también en las madrugadas que llegaba a la casa casi deshidratado y lleno de arañazos por andar en los montes construyendo barcos para irse por el mar, ella sufría todo eso en su salud– continúa diciendo.

Sin embargo, Lázara opina que es joven y ese siempre fue su sueño, que está en edad y tiempo de cumplirlo y ella solo puede apoyarlo, pero no es difícil notar que solo dice esas cosas a modo de resignación, no puede hacer más que aceptar que su hijo está lejos y ella sola, pero orgullosa de criar un “muchacho peleador” como ella suele referirse a él.

Durante sus tiempos de universidad Ariel estudiaba veterinaria, era un chico bastante serio y reservado al que le encantaban los animales, pero con pocas expectativas, que lo llevaron a sentir la necesidad de sacar a su mamá de los trabajos que se pasaban viviendo en un campo sin condiciones. Dice que luego de empezar la universidad y conocer otro mundo en la ciudad, solo tenía en su mente a su mamá y darle la vida que merecía. Tarde o temprano, pero de su mano saldría adelante y es por lo que lucha hoy en el estado de West Palm Beach, primero en un restaurante, de camarero y luego por fin de asistente de veterinario en una clínica donde poco a poco podría volverse un médico más a raíz de la experiencia, pero como bien dice él ¨el buen estudiante muere al ser profesional, porque aunque sea el mismo le cambian las alas¨, por eso ahora está en un concesionario de la marca Mercedes Benz, como agente.

-Es un trabajo mejor pagado por la popularidad de la marca y hasta un carro de empresa tiene por ser buen vendedor– dice Lázara con resignación cuando conversa con sus vecinos sobre su hijo. En el barrio todos lo vieron crecer y todos estuvieron al tanto de los trabajos y preocupaciones que ella pasó durante su lucha por llegar a ese país. No todo saben los ajenos a ella, pero sí entienden de su dolor, porque en la cara se le refleja y en las marcas de su piel que envejeció a toda prisa cuando empezó su hijo a pensar en tierras ajenas.

Entre el quehacer de la casa y con su soledad tiene horarios muy específicos: a modo de sustento, en las tardes se sienta en el portal de atrás a hacer croquetas, hace un tiempo considerable se dedica a esto, tiene el punto exacto para darles un buen sabor y que todos en Martí prefieran las suyas antes que cualquier otras. Primero vendía el paquete de diez croquetas a sesenta pesos, pero ya no le resulta rentable y lo subió a cien. El viejo Marcelo, vecino suyo, siempre se las lleva en su bicicleta y sale a venderlas por el pueblo para ganarse algo y así salen todas a la venta.

-Así logro subsistir – dice Lázara mientras camina hacia la reja de la entrada a su casa- ayyudo un poco a Marcelo. No es fácil quedarse solo a esta edad y sus hijos ya ni se acuerdan que tienen padre, con los trabajos y sacraca algo con las ventas. La gente de aquí resuelve cualquier comida con unas croqueticas y a veces no doy ni abasto para hacerlas, es mucha escasez la que hay. Ya los paquetes de perritos calientes están en casi 500 pesos y no hay economía que aguante llenar tantas ificios que pasó ese hombre para criarlos solo. Ya probaron el sabor de La Habana y se olvidaron de él, pero bueno, por lo menos sbocas en una casa, más aquí que viven fácilmente seis o siete en los solares que han ido construyendo.

-El picadillo El Cocinero se perdió de nuevo y ahora tengo que comprarlo por libras a 300 pesos cada una y la harina ya va por 400 pesos el jarro de cinco libras. Por lo menos antes podía hacer más, que Ileana me ayudaba, pero después de separarse de mi hermano Enrique no la he visto más. Esa seguro se embarcó en alguna salida ilegal de nuevo y regresará con él cuando lo haya perdido todo, como siempre- y coloca el cartel de ´´croquetas a cien pesos´´. 

A unas pocas casas de ella vive su primer hijo, todos le dicen Albe, él ya tiene su vida hecha hace muchos años con su esposa Elisa y dos niños pequeños que casi todas las tardes van a ver a su abuela y a mataperrear, como ella bien dice, en el jardín del portal y acabarle con las flores y las pocas guayabas que quedan en la mata. En el fondo esos niños la hacen sentirse un poco útil para alguien y no para ella misma, porque cargar solo con la responsabilidad de subsistencia personal no es suficiente, las personas necesitan saberse útiles y necesarias para otras personas, en este caso para Albe.

Por eso cuida de los niños durante esas tardes y cuando su hijo necesita hacer alguna salida extraordinaria y le pide de favor que se haga cargo de ellos. No suele pasar mucho, pero cuando sucede Javielito y Jose se sienten muy bien con ella, porque siempre intenta complacerlos de alguna forma. Generalmente ella duerme con ellos cuando los cuida, pero a mitad de la noche cuando los lleva al baño a orinar se va al otro cuarto para poder dormir mejor. Los ama, pero el hecho de dormir sola tantos años ya no le permite descansar a gusto al lado de nadie. Lo mismo pasó cuando una de sus sobrinas se enfermó de dengue y tuvo que ir a cuidarla, vigilaba su fiebre y le daba las pastillas sin dormir a su lado, le era imposible.

Todas estas historias las escucha su sobrina Lucía cada tarde de domingo que va a visitar a Lázara. Su abuela y ella son hermanas y viven en el mismo poblado después de salir de casa de su ¨abu Mirta¨, como ella le dice. Le gusta ir a visitar a Lázara porque allí pasó gran parte de su infancia y los niños que jugaban en el portal en aquella época eran ella y Ariel. Aún conserva fotos y recuerdos: el jardín tenía muchas más flores y había un pino enorme en cada esquina de la cerca que rodea el patio. En diciembre los dos arrancaban las flores de su jardín y robaban las de las vecinas para adornar esos pinos de alguna forma y que quedaran como árboles de navidad. A los tres días las flores ya estaban marchitas y no había una en diez kilómetros a la redonda, pero lo que importaba era el detalle, decían ellos con ilusión, de modo que no daban ganas de regañarlos por la travesura.

-Cuando voy allí  siento que vuelvo a tener seis años. Le pido a mi tía que me haga algo para comer, le robo algunas guayabas y me siento en ese portal con ella, pero me gusta más cuando hace croquetas y la ayudo, para que tenga tiempo de prepararme batido y freírme algunas croquetas, aunque ella siempre termina quitándome de la mesa porque dice que el tamaño me queda disparejo- cuenta Lucía mientras sonríe como una niña. Lulú le llama Lázara desde pequeña y la familia adoptó el nombre también.

Lucía piensa que Lázara está en una enorme soledad aunque no lo parezca. Sabe de su vacío, porque ella vive el mismo, solo tiene 21 y toda su familia se fue desde sus 19 años, migraron también, ella está sola, a punto de terminar su carrera universitaria y le tocó ser más adulta de lo correspondiente a su edad. Extraña a su familia y no son tan opuestos los casos, su tía tiene de familia a sus hijos, cada cual a su forma y uno más que otro, pero ninguno está, y Lulú a sus padres y un hermano y tampoco están, por eso la visita cada domingo.

Durante la noche hace mucho frío en el central y se volvió rutina que Lázara vaya hacia la cocina envuelta en un albornoz enorme a prepararse un té para conciliar el sueño, pero no siempre lo consigue, es bastante complicado, así que va hacia el primer cuarto y pone su teléfono móvil en una pequeña antena rústica para lograr tener un poco de conexión a internet y conversar con Ariel acostada en la camita personal que hay allí. Él normalmente le deja muchos mensajes durante el día en WhatsApp, pero ella los ve solo después de las 11:00 de la noche, cuando usa su antena, es la única forma para responderlos

Pasa horas en ese cuartucho y hay días en los que no duerme hasta la 1:00 de la mañana, ya que aprovecha esto para ver tutoriales en Facebook sobre cocina o costura. Tiene una máquina de coser algo antigua, donde solía hacer trabajos de costura que también aportaban algo a su economía. Las alfombras de retazos de telas que hacía no duraban casi nada colgadas en una tendedera del portal para venderlas. Como eran apenas 50 pesos que costaban y estaban muy bien trabajadas los vecinos las llevaban como pan caliente, incluso Ileana se las llevaba a Martí para venderlas un poco más caras y buscarse su dinero. Ya esto no sucede, pues las telas y retazos no los puede conseguir tan fácil y si compra telas para esto tendría que vender al menos en mil pesos cada alfombra por lo caras que salen.

La mente es un lugar inseguro, puede traicionarte y llevarte a recuerdos que no son agradables o a pensar en negativo. De nuevo amanece en el central, no han pasado ni diez minutos y se siente ya el sonido característico de la cafetera colando. Esta vez es diferente, siempre es diferente cuando llega diciembre, es una de las fechas favoritas de Lázara. Digamos que entre el quehacer que la mantiene muy ocupada y las visitas de la familia lejana que en esa temporada va a parar en Martí, le levantan los ánimos y son motivos que alegran sus días.

-No soy una niña ya para pensar en diciembre como una fecha de regalos y fiestas, pero se siente reconfortante saber que veré a mis hermanos, mis sobrinos, incluso a los nietos y parientes de mis vecinos que vienen a verlos y pasan por aquí. Todos fueron criados en este lugar y vienen a saber de mí y de Arielito. El verdadero regalo en el que podría pensar es en ese, que me recuerden– expresa ella con una especie de añoranza en su rostro.

Este año Ariel mandó por segunda vez un envío del exterior para pasar el fin de año mejor y con más abundancia. Se le había dificultado un poco en los primeros años que estuvo allá luchando por un buen bienestar para él, pero ya en este año se lució de una forma increíble, tanto así que Lázara luego de ver la caja enorme de cien libras lo llamó para decirle que no quería que gastara tanto en ella y eso le afectara a él.

-Mi mamá piensa que por cada cosa que mando para ella me arruino yo económicamente- le escribe Ariel por WhatsApp a su hermano Albe-, no ha sido mucho lo que he podido hacer por ella en este tiempo, será más, mucho más, ya verás, entre las cosas que mandé hay algunos paquetes de bombones y golosinas para tus niños, mami ya sabe que son para ti, pero no la dejes que te los dé todos porque sé que a ella le gusta mucho también el chocolate y es capaz de quedarse sin nada para ella con tal de dárselo a los niños.

Ese mismo día Lázara hace algo inusual en ella. Pone una cafetera a media tarde. ¿Es raro esto?, sí, porque ahorra el café de forma religiosa y solo en las mañanas lo necesita por obligación, para “convertirse en persona” como bien dice ella y ese le dura para todo el día de buchito en buchito. Esta vez lo hace porque entre las cosas que mandó Ariel hay algunos paquetes de café y las ganas de probarlos no la dejaban en paz. Por eso tomó uno de ellos y lo mezcló en un pozuelo con dos paquetes de los que le dieron en la bodega hace poco, para “estirarlo un poco”-

Cuando estuvo tomó una taza. Esta vez no fue una de las pequeñas, sino una que abarca su mano entera y más, la va llenando de apoco hasta la mitad de café y la otra mitad la rellena con un poco de leche. Va a la meseta y saca el tarro de azúcar, le hecha tres cucharadas a la taza y se sienta en la mesa del portal de atrás a remover su preparado. Nadie suele ver que esto significa que Lázara está feliz y tranquila en ese momento, pero Albe si lo sabe, por eso cuando llegó a su casa y la vio, le dio un beso y buscó un paquete de galletas de María que había dentro de la caja y lo abrió, se sentó frente a su mamá y mojó una galleta en el café con leche para luego comerla, Lázara también tomó una.

-Es difícil que esté lejos en estas fechas que todo el mundo lo que busca es acercarse, pero al menos está bien, saludable, trabajando y con mucha juventud, fuerzas y ganas para hacerlo. Yo también lo extraño mucho, es mi hermano pequeño, pero ahora toca alegrarse por él, mostrarle que estás bien y darle apoyo, es la única forma en la que podemos ayudarlo nosotros a él desde aquí- le dice Albe a su mamá y ella respira profundo y asiente con la cabeza. -Ahora vamos a empezar a organizar las cosas que mandó que ya me dijo que hay chocolates para  los niños, ¡ni pienses que te vas a quedar con todos!- ambos sonrieron y entraron a la casa.

La vida de las personas que envejecen solas es algo complicada, Lázara no está sola del todo, ni por obligación, estarlo fue siempre su elección, pero igual sigue siendo complicada, digamos que es como el café: un polvo casi negro que parece tierra, que se vuelve una bebida exquisita, caliente y que da vida, amargo por gusto propio, pero algunas veces con tres cucharadas de azúcar y un poco de leche se suaviza y endulza. Si a eso le sumas una galleta para mojar y compañía, la vida es mucho más colorida.

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