En su propia casa

Fueron unas tres veces en la madrugada. Eran alrededor de las 4:00 o 5:00 a.m cuando varias muchachas becadas de la Universidad de Matanzas Camilo Cienfuegos (UMCC) sintieron intentos de entrar a sus habitaciones. El forcejeo en las puertas era leve, casi imperceptible, como si alguien tratara de no ser escuchado. En esas ocasiones algunas estudiantes lograron despertar y alertaron al jefe de residencia, sin embargo, cuando el personal llegaba al lugar ya no había nadie.
Este patrón se repitió durante el mes de febrero. Todo apunta a que un mismo hombre estaría detrás de los hechos, aunque no se ha podido identificar con certeza. Diego Jesús Pérez Fernández, estudiante becado, asegura haberlo visto en varias ocasiones rondando por la zona, describe al individuo como alguien con mal aspecto higiénico, que carga piedras en las manos “por si lo atacan”, y que parece tener una agilidad sorprendente para desaparecer ante el menor ruido. “Como un hurón”, comenta.
Un caso de acoso sexual
Días después, Mariana Lugos López fue testigo de una escena alarmante. Desde la ventana de su habitación vio al mismo sujeto masturbándose mientras apuntaba con una linterna hacia sus genitales, con el evidente propósito de ser visto por ella y sus compañeras.
Una semana más tarde, al regresar de su casa tras el fin de semana, Mariana y sus compañeras encontraron la habitación abierta y tres camas manchadas con semen. El impacto fue profundo. ¿Qué hacer cuando el acoso se convierte en ataque? ¿Puede interpretarse esto como una amenaza? ¿Una advertencia?
El Manual Merck de Síntomas del Paciente (versión para el público general) indica que estos comportamientos pueden estar relacionados con trastornos como el exhibicionismo —obtener placer sexual al ser observado— o el voyeurismo, una parafilia en la que el agresor disfruta espiando a otros en situaciones íntimas. Cuando estas prácticas no cuentan con el consentimiento de las víctimas, dejan de ser meras expresiones sexuales para convertirse en violaciones graves a la privacidad y la dignidad.
El miedo también vive en el camino
Los hechos no se limitan al recinto universitario. En la autopista Vía Blanca, justo después del puente de Cabarroca, muchas estudiantes han vivido experiencias similares. Allí se aparece casi a diario un hombre que se masturba frente a las mujeres mientras les grita obscenidades.
Una portera de la universidad relató que recientemente un chofer se detuvo para auxiliar a una estudiante, a quien el agresor intentó forzar en plena vía pública. El conductor la trasladó hasta la entrada de autos del centro y la señora la tuvo en la garita hasta la llegada de sus padres.
En otro momento, mientras evitaba esa zona tras recibir la advertencia, la autora de este reportaje fue alcanzada por una profesora, quien le pidió caminar juntas porque tenía miedo de pasar sola por esa área. El miedo en estos casos no es paranoia, es supervivencia.
Medidas urgentes
Miguel Alejandro Ortiz García, jefe del edificio B de la residencia, informa que tras las reiteradas quejas del estudiantado se han implementado algunas medidas de seguridad. Aunque las principales afectadas son mujeres, los hombres también han sido testigos de los hechos y se han solidarizado, así que como parte de la estrategia preventiva se estableció una guardia estudiantil en la madrugada. Actualmente, el edificio se cierra a la 1:00 a.m. y se reabre entre las 4:00 y 4:20 a.m. para permitir el ingreso de quienes han asistido a fiestas o actividades, luego se vuelve a cerrar hasta las 6:00 o 7:00 a.m., cuando inicia la jornada docente.
La universidad, nuestro segundo hogar
Un centro de estudios superiores como la UMCC es, para los becados, una casa. En ella transcurren cinco de los siete días de la semana, allí estudian, conviven, sueñan, ese espacio debe ser seguro y merece ser un refugio, no una trampa, para que las personas que lo habitan no reciban violencia en su propia casa.
Liz María Martínez López, estudiante de Periodismo