Filosofando en la oscuridad
Después de comer el lunes, sin fregar los platos por falta de agua y sin otras actividades que hacer debido al apagón —que ya sumaba más horas de las soportables—, había que entretener los pensamientos para evitar que nos dominaran.
Fue entonces cuando comencé a conversar con mi esposa. Recordamos el tiempo transcurrido y hablamos de los momentos que se desperdician desde la infancia. Criticamos a algunos jóvenes de la familia y conocidos que dedican su tiempo a cosas intrascendentes.
Terminamos hablando de los niños y adolescentes que hoy pasan la mayor parte del día jugando con el celular o visitando páginas que no aportan nada, en lugar de buscar aquellas que brindan conocimiento y cultura, alimentando así el espíritu y preparándose para la vida.
Nos detuvimos en la falta de disciplina en la crianza: cómo muchos llegan de la escuela y, sin quitarse el uniforme, salen a jugar; cómo hay familias sin horarios establecidos para el celular, los juegos, las tareas escolares, la alimentación o el descanso —este último, clave para recuperar energías y enfrentar el día siguiente con capacidad.
Así filosofamos para hacer más llevadera la espera de la electricidad (que no llegó). Para entonces, llevábamos ocho horas sin servicio y los cortes anteriores habían sido deficientes: desde el viernes, una fase no estaba energizada, dejando a algunas familias sin luz ni agua, pues la turbina funciona con 220 voltios.
Para no dramatizar más: al escribir estas líneas, acumulábamos 30 horas sin electricidad y cuatro días sin agua —algo que el baño, la cocina y hasta mi nariz lo corroboraban.
Por fin llegó la luz. Intentaron restablecerla varias veces durante hora y media, siempre con voltaje bajo, hasta que en un momento subió demasiado… y se fue de nuevo, sin aviso. Conclusión: ni siquiera dio tiempo a enfriar el refrigerador. Entonces nos depara una noche más….
