24 de abril de 2024

Radio 26 – Matanzas, Cuba

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Hermanos Saíz: a 66 años del crimen

El líder Fidel Castro celebraba 31 agostos de vida y, tanto Sergio como Luis, entonces adolescentes de apenas 17 y 18 años, respectivamente, no podían evadir el festejo


A veces me perturba la crudeza del ayer. Es como si la Historia en su forma más sádica disfrutase el hacerme partícipe de sus sesiones de tortura. Esta ocasión es la prueba de ello. Volver a ese día inunda mi ser de tristeza, la piel se eriza, ennegrece el sentir y el alma se desgarra.

La lozanía que en su mirar espiraban aquellos hermanos, esa luz juvenil que destellan quienes abrazan la vida, les fue brutalmente arrebatada y atestiguar los sucesos me colma de una impotencia que justamente apaciguo sumido entre estas líneas.

Ese 13 de agosto de 1957 fue diferente a los anteriores para la familia Saíz Montes de Oca. De perenne interés por la obra martiana, la justicia social y la causa revolucionaria de una nación oprimida podría calificarla y los retoños que de ella nacieron supieron evidenciarlo en sus cortas, pero fecundas existencias.

El líder Fidel Castro celebraba 31 agostos de vida y, tanto Sergio como Luis, entonces adolescentes de apenas 17 y 18 años, respectivamente, no podían evadir el festejo y habrían de perpetuarlo con la voluntad que los caracterizaba. Pero el azar auguraba infortunio.

El crepúsculo apenas asomaba su faz aquella jornada. La euforia refulgía en sus rostros. La sangre mambisa que hervía de patria en los grandes del pasado, replicaba su fervor en los aires combativos antibatistianos de esta dupla de jóvenes. Pero el azar auguraba infortunio.

Taciturno yacía el cine Martha, de la pinareña ciudad de San Juan y Martínez, cuando sucumbió ante el horror de quienes laceran la justicia y alimentan la perfidia. El esbirro Margarito Díaz, en taimada empresa, osó registrar a Sergio, pero este rechazó la oferta. Inmediatos el forcejeo, el golpe, la caída, el carmesí.

El gatillo suspiraba fausto. De acero el pecho, valor henchido, aquel grito inquebrantable de Luis ensordeció a la injusticia y en auxilio de su hermano, el infortunio le apagó la existencia. En los ojos de Sergio la rabia clamaba y también, tras otro disparo, lo envolvió la inmortalidad.

La ciudad de San Juan y Martínez lloró el homicidio y nuevamente la lucha quedó ratificada como el verdadero camino para alcanzar la victoria, para que el deceso de esos apasionados de la música, los libros, el teatro… no fuera jamás en vano.

Pero ya estoy de regreso. Reprimo la crueldad del opresor y la impunidad de sus actos con este catártico soliloquio. Sosiega mi frustración el inagotable entusiasmo de quienes eternizan a los Saíz a través de las mágicas artes. Dialogo otra vez con la Historia, hacemos las paces y, con una sonrisa nostálgica, la abrazo.

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