En la sala de gestantes
Para quien ha vivido siempre en Matanzas, los rostros que le salven la vida en un hospital, o que le ayuden a llevar con algo de sosiego el momento difícil, pueden ser «los de siempre».
José Antonio, por ejemplo, ahora es residente de segundo año en Medicina Interna, y anda en medio de esta sala del hospital Faustino Pérez para gestantes tocadas por las arbovirosis. Luis Manuel está cerca y es residente de primero; hay estudiantes de tercer y sexto año de Medicina en torno a ellos, llenando papeles, haciendo chistes, y aludiendo a lo que han dicho o sentido o pensado las pacientes del cubículo de más acá o más allá.
Pero José Antonio y Luis Manuel –Méndez y Álvarez, respectivamente, para quien pregunte– también pueden pasar –y pasan– por el chama de la calle Cuba que estudió en la Vocacional, o por el del pre Dubrocq, un curso menor que el tuyo, que pone chinos los ojos y dice que tu cara le suena.
Son ellos, con 27 años, seguidos por Amanda, Claudia, Lismarlys y Ricardo, con el especialista entrando y saliendo, quienes cuidan hoy a las futuras mamás y sus futuros bebés en la Matanzas del dengue y el chikungunya.
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Claudia tiene 26 años y 28 semanas de embarazo; está recogiendo las cosas. La tranquilidad de regresar a casa se le ve en los gestos. Asly se llamará su niña, dice tranquila y abre grande los ojos negros.
Sentada en el borde de la cama del medio va Stephany, con su pancita de 32 semanas. Sonríe mucho y amplio, casi no habla. Tiene apenas 15 años y por ello recibe atención diferenciada. Eso se traduce en la visita regular de un pediatra, además del rosario de especialistas que también llegan para ver a las otras. El hijo de Stephany va a llamarse Eithan.
Algo más inquieta, cerca de los ventanales, luce Beatriz, a quien el médico le está recomendando esperar a mañana para salir del hospital. Beatriz tiene 29 años y 29 semanas de embarazo. Sabe que tendrá una niña, pero aún no decide cómo llamarle. Sus preocupaciones están divididas, porque no es la primera vez que le crece el vientre. Hace siete años pasó igual y nació Alan. A Alan también lo picó por estos días un mosquito y mamá Bety, que hoy cuida a la hermanita sin nombre de Alan, no podrá verlo hasta mañana, cuando el alta por fin llegue.
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Dice Taymí Martínez, directora del hospital, que la mayoría de sus médicos ha tenido que adaptarse a trabajar en condiciones de crisis. Bien se sabe lo duro que ha sido sanar cuerpos en este punto cercano al kilómetro 101 de la Carretera Central, sobre todo en los últimos cuatro años.
En julio de 2021, cuando Matanzas se convirtió en uno de los epicentros más agudos de la covid-19 en Cuba, el Faustino Pérez tuvo que revolucionarse en medio de la pandemia, que pasó, pero dejó experiencias con dolor aprehendidas, que han tenido que repasarse cada año cuando llega la lluvia; con la lluvia, más mosquitos; y con más mosquitos, dengue, que se junta ahora con el chikungunya (et al), y pasan a ser llamados, y así temidos, como «lo que anda».
Desde el coronavirus el hospital aprendió la necesaria flexibilidad en la gestión de camas y que el problema no puede verse a pedazos, sino con todos y todas lo que participan metidos en el mismo espacio, juntos y viéndose las caras hasta tres veces al día si es preciso.
A la par, se ha quedado la necesidad, quizá como nunca antes, de optimizar el recurso, con el malestar punzante de quien sabe que hay cosas muy difíciles de optimizar si una vida corre peligro.
Cuando Taymí dice que sus médicos han aprendido a trabajar en condiciones de crisis, uno piensa, más que en profesionales de larga data, en José Antonio y Luis Manuel, quienes, si de Medicina se habla, solo conocen como terreno de ejercicio la mar revuelta.
Así se formaron, en medio de la borrasca, entre hospitales de campaña y centros de aislamiento. Hoy continúan formándose y también formando, en medio de los dolores corrientes que ellos y sus familias igualmente sufren, pero dándoles garantías de vida a Claudia, que espera a Asly; a Stephany, que viene con Eithan; y a la consternada Beatriz, que extraña como loca triste a Alan y que ya imagina a su niña… esperada, diminuta y sin nombre.
- Mario Ernesto Almeida/ periódico Granma
