Varias décadas atrás se paraba un hombre en la Calzada de Tirry –de espaldas a la dulcería La Francesa y frente a la Casa de Cultura Bonifacio Byrne–, con su mano izquierda extendida con la palma hacia arriba y el brazo derecho doblado, con el puño cerrado, exceptuando el dedo mayor de todos, que lo mantenía tieso.