30 de julio de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Antonio Maceo: la gloria de lo irrenunciable

Su nombre —incólume entre el polvo de los caminos y la memoria viva de la nación— se volvió categoría ética, brújula insobornable ante la desmemoria y el acomodo.
En una de esas travesías investigativas autoimpuestas con que suelo desandar los rincones de la historia de Cuba, reparé y me detuve en una estampa del que, hasta la fecha, considero el más colosal de nuestros héroes.
Pocas figuras poseen una gravitación tan determinante, una densidad histórica tan formidable y una coherencia tan infrecuente como Antonio Maceo Grajales, venerado siempre por la fuerza moral de sus ideas y la claridad militar estratégica con que cinceló la génesis misma de nuestra libertad.
Fue el 14 de junio de 1845 cuando en suelo santiaguero nació el hombre que habría de convertir el machete en emblema de emancipación y que, con más de 600 acciones combativas en su haber, personificaría el genio táctico y la voluntad indoblegable de la Patria.
Al rechazar las concesiones del Pacto del Zanjón en la gloriosa Protesta de Baraguá aquel 15 de marzo de 1878, escribió una declaración inequívoca de principios que redefinió el curso de la guerra y que, articulada en la convicción profunda de que la independencia no era negociable, salvaguardaba el honor del Ejército Libertador y fijaba un estándar ético que, desde entonces, se convirtió en baluarte para la mayor de las Antillas.
Ese anhelo encontró su materialización más notoria en la invasión a Occidente que, en esttecha coordinación con Máximo Gómez, emprendió en octubre de 1895. Este hito militar evidenció la capacidad del flanco insurgente para proyectar la contienda a escala nacional y desarticular los centros neurálgicos del poder colonial en el occidente insular.
Durante su exilio en Honduras, Costa Rica y demás naciones del istmo centroamericano, su figura adquirió una magna proyección continental. Las relaciones político-culturales que profesó amplificaron el radio de acción de la causa libertaria cubana y lo posicionaron en la cúspide del imaginario anticolonial latinoamericano y referente para los pueblos que aspiraban a la autodeterminación.
Incluso en sus últimos meses de vida, Maceo continuó liderando enfrentamientos decisivos en zonas como Candelaria, Güira de Melena, Quivicán y Lomas de Tapia, donde su experiencia militar y denuedo característicos hicieron temblar a los contendientes hispanos, que creyeron socavada su embestida el fatídico 7 de diciembre de 1896, cuando le arrebataron la existencia en Punta Brava.
Mas no murió la impronta de aquel Titán de Bronce, patriota íntegro, invulnerable al desaliento y jamás subordinado a la claudicación. No feneció el proyecto de dignidad que encarnaba, ni se extinguió el temple de su machete desenvainado.
Su nombre —incólume entre el polvo de los caminos y la memoria viva de la nación— se volvió categoría ética, brújula insobornable ante la desmemoria y el acomodo. Antonio Maceo no se limitó a existir en su tiempo: lo trascendió con la estatura de los imprescindibles, y aún hoy nos exige —con voz serena y mirada firme— estar a la altura de su ejemplo.

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