El espacio donde se levantaban los cuatro tanques en la base de Supertanqueros que almacenaban el oro negro se ve desde el otro lado de la bahía demasiado vacío, aunque allí no han dejado de trabajar desde el mismo día que las llamas devoraban todo.Está bien azul el cielo y las aguas de la “Guanima” presumen de su transparencia con su tornasol de acuerdo con la profundidad, pero en la memoria aparece la oscura columna de humo atravesando la ciudad, inundando el área, el ruido de los helicópteros llevando la carga preciada para verter sobre las lenguas del fuego intenso, el ir y venir de las sirenas, los gritos desesperados de las madres que perdieron a sus hijos…
Un año después la urbe sigue tranquila, hay altas temperaturas y muchas personas buscan refugio en los portales de la Plaza de la Vigía, o en la “acera de la sombra” de la calle del Medio; en el viaducto se apilan quienes buscan cómo viajar hacia Varadero, los carros no paran aunque vayan vacíos, se convierte en infierno trasladarse bajo el sol
Hay colas para adquirir artículos necesarios, gente tomando cerveza en la parada de la Catedral y por la calle de Contreras, sube a toda velocidad un carro de bomberos y los que esperan en la “parada” se erizan hasta la raíz del cabello, está en el subconsciente el 5 de agosto, aquella tarde fatídica y el rayo que perdió la puntería.En el cuartel Enrique Estrada, inmueble de estilo neoclásico, los muchachos del Comando hacen una broma, pero a las cinco de la tarde, del día 5, no fallarán en sonar las campanas por los que se pusieron por delante para salvar las vidas de otros, y volverán a poner flores y velas a la Virgen de los Desamparados, Patrona de los Bomberos, para que a los espíritus buenos los tenga en la gloria.
La ciudad es la misma y no lo es, la vida transcurre con la mirada en el verano anterior marcada por un rayo que la convirtió en templo para los valientes. Más allá del humo negro inolvidable, del dolor de un país, Matanzas para siempre fundió almas y huesos, y por ahí caminan los héroes y las heroínas.
Bárbara Vasallo/ ACN