El del barco con nombre de flor (+Fotos)
Ante la interrogante sonríe el pescador, y con sus desgatadas manos señala hacia la bahía: “Esto es lo máximo, pescar es lo máximo”, 30 años testifican su entrega a esta actividad, aunque asegura Ismael Lantigua que desde niño sintió atracción por el mundo de los barcos y los anzuelos.
Para la mayoría de los pescadores de la Base Luis Salgado, ubicada a orillas del río San Juan, en la ciudad de Matanzas, esta práctica resulta una tradición familiar, legada muchas veces de padres a hijos; sin embargo para Ismael el interés por esta labor afirma que nació de un gusto personal: “En mi casa nadie la realizaba, pero siempre me llamó la atención y bueno desde los 17 años aquí estoy.
“Mi licencia es de pesca deportiva, lo hago de hobby, resuelvo unos pescados para la casa y mantengo mi centro de trabajo. No me dedico por entero porque soy asmático y esto requiere de mucho esfuerzo físico. La pesca comercial es a tiempo completo y en un momento determinado no puedo hacerlo debido a mi enfermedad, entonces no hay ganancias y cómo sustentaría mi hogar.
“La pesca posee muchas mañas que con el tiempo y la práctica se aprenden, pero es necesario conocer la utilidad de cada una de sus artes para garantizar una buena captura; en mi caso utilizo nylon y anzuelo y prefiero la pesca del alto que es hasta 200 brazas de profundidad y se emplean de cinco a 10 anzuelos para especies como el serrucho, el pargo y la rabirrubia”.
Como verdaderos artistas, los amantes del mar con frecuencia confeccionan sus herramientas de trabajo, sus dedos desdoblan el potente alambre que minutos más tarde se convierte en una auténtica obra artesanal, un nuevo instrumento surge fruto de la creatividad de hombres que ante la escasez de recursos prefieren innovar vías para continuar con su faena.
“En algunas ocasiones construimos los anzuelos, porque el acceso a los industriales a menudo se dificulta y cuando aparecen son muy caros”, asegura Ismael.
La amistad más duradera, dicen los pescadores, se sostiene con sus lanchas, llegan a considerarlas como las fieles compañeras de aventuras que han envejecido junto a ellos, lo confirma Lantigua: “Con Dalia he desandado diversas zonas de pesca: Maya, Camarioca, Barco Hundido, Varadero, ella me acompaña en cada peripecia y es mi mejor refugio cuando arrecia el mal tiempo en estas aguas.
“Para pescar, todos los días resultan buenos, pero hay períodos mejores; por ejemplo cuando vienen los nortes entra la arribazón del pargo y se atrapa mayor cantidad, no obstante se supone que hay que salir con el clima estable porque uno se juega la vida allá afuera y lo puede coger una turbonada, aunque el buen pescador con los años conoce en correspondencia a la dirección del viento qué posición tomar para evitar daños severos”.
Mitos, leyendas y ocurrencias conforman el universo de saberes de la comunidad pesquera, y como reflejo de ello Ismael usa un flotante como llavero, y guarda la propiedad del barco en tubos de poliespuma, tácticas que evitan una pérdida irreparable.
Al decir del pescador, las denominaciones que reciben las embarcaciones representan también las costumbres y los afectos: “Frecuentemente llevan el nombre del algún miembro de la familia, de la descendencia; algunos cuando tienen dos hijos enlazan los apelativos de ambos. En mi caso cuando compré la lancha ya se llamaba así y desde entonces es mi Dalia”.
Su rostro comunica lo que las palabras no alcanzan a describir, junto a su barco con nombre de flor, refleja un compromiso que contagia a todo el que esté cerca y le pregunte sobre el mar: “Es para mí la vida, y me voy a morir siendo pescador”.
Laura de la C. González Trujillo/ ACN