Tomasita Quiala: La luz que nunca se apagará

Cual lacerante susurro la noticia recorrió los rincones del archipiélago. La conmoción atestó los patios donde aún se improvisa al calor del guateque, en los estudios radiales que atesoran su voz y en los corazones de quienes siempre contemplamos su genialidad.
La realidad golpeó con crudeza y la cultura lo sintió sobremanera. Juana Tomasa Quiala Rojas —Tomasita—, nuestra emperatriz de la décima, sucumbió al cálido abrazo de la inmortalidad.
El día en que, sin previo aviso, esta holguinera de pura cepa intervino para defender a un poeta en una canturía, la magistralidad con que asumió la empresa quedó rubricada no solo en el aplauso del público, sino también en el promisorio futuro que se escribía ante sus ojos. Como si la décima la habitara desde antes de ver la luz, Tomasita se consagró al arte oral, superando así los desafíos impuestos por la invidencia y las barreras sociales que pretendían silenciar a las mujeres improvisadoras.
A partir de 1986, vinculada al Centro provincial de la Música Antonio María Romeu, comenzó su trayectoria profesional.
Desde los salones de cultura hasta los grandes festivales, desde el pie forzado hasta la controversia, dominó los códigos del repentismo hasta impregnarles su lírica sagaz e ingeniosa y convertirlos en herramientas de reflexión sobre los valores sociales y el día a día del campesinado cubano.
De igual forma, se consolidó como una figura habitual en las Jornadas Cucalambeanas, Tribunas Abiertas, canturías de pueblo, y eventos de tradición oral por toda la nación. Y de la mano de incontables casas de cultura, bibliotecas, escuelas y demás proyectos inclusivos, acercó las bondades de la poesía a los más variados grupos etarios.
No hubo escenario ajeno a su autenticidad y humildad sin parangón ni país que no quedase embelesado por el fulgor de la palabra cantada de esta embajadora natural de la décima.
Ese virtuosismo cautivó a espectadores de España, Portugal, México y Argentina y mereció el respeto de grandes como Jesús Orta Ruiz, el ‘Indio Naborí’, y de su isla natal, esa que siempre se deleitó al escucharla en las frencuencias radiales y en cada entrega del espacio televisivo «Palmas y Cañas».
Asimismo, obtuvo lauros como las distinciones Antero Regalado y 23 de agosto, la Réplica del Machete de Máximo Gómez, el Premio Nacional de Cultura Comunitaria en 2004, y la condición de Vanguardia Nacional, el Bastón de Cristal y el Sello por la Rehabilitación, otorgados por la Asociación Nacional del Ciego, al tiempo que nos legó el volumen literario de décimas, titulado «¿Quién soy? la novia de Islas Canarias», trascrito al braille para las bibliotecas y escuelas de enseñanza especial de Cuba.
Dicen que la verdadera muerte llega cuando el nombre deja de ser pronunciado. Pero el de Tomasita será recordado en cada controversia, en cada pie forzado, en cada noche donde el repentismo haga de la poesía un juego de ingenio y belleza. Su ausencia duele, pero su presencia se multiplica en quienes seguirán improvisando con la misma pasión y destreza que ella, con su palabra afable, afilada y fecunda, se convirtió en escuela.