Cachita: la esencia de una bibliotecaria cubana
Su viaje desde los libros empezó tan temprano que nunca más concibió la existencia sin ellos. En la amplia colección familiar de una niña cardenense comenzó el romance con las letras, la danza de descubrimientos, el sueño unido a la biblioteca.
Caridad Contreras Llorca realizó las primeras prácticas labores de sus estudios en Historia del Arte junto a los diarios de una hemeroteca. Más tarde, el grato recuerdo de aquellas horas en la Biblioteca Nacional José Martí le haría determinar con más seguridad su destino.
“Llegué a Matanzas recién graduada y debía escoger entre dirigir el Movimiento provincial de Artistas Aficionados o incorporarme a la Sala de Arte de la Biblioteca Pública Gener y Del Monte. No lo pensé dos veces. He tenido la grandísima suerte de que el trabajo para mí no es solo el modo en que me gano la vida, me pagan por hacer lo que me gusta”-asegura.
“Me gusta leer y tengo a mi disposición muchísimos libros para hacerlo, me gusta enseñar y no solo he enseñado a mis compañeros, también a los usuarios que llegan; me gusta orientar la lectura, “este libro está bueno por esto o por aquello”, eso también lo puedo hacer aquí; y me gusta mucho trabajar con periódicos, revistas, hacer los índices bibliográficos…”
Licenciada además en Información Científico Técnica y Bibliotecología, Cachita, como todos la conocen, sabe que la información debe ser organizada, porque de otra manera se perdería. Quizás, por ese compromiso que siente con las letras disfruta tanto su labor:
“Puedes recordar que una vez leíste algo que quisieras volver a repasar, pero ¿dónde? Con los fecharios, los índices y noticiarios, es posible encontrarlo. Además desde que trabajaba en el Departamento de Arte buscaba información sobre los artistas y si aún su trayectoria no estaba recogida en libros hacía trabajos sobre ellos, por si alguien los necesitaba en el futuro”.
“También impartía cursos de apreciación a niños de quinto grado; en el horario de almuerzo iba a centros de trabajo como parte de la extensión bibliotecaria y les daba charlas de Historia del Arte. Ver los rostros de las personas a medida que aprendían sobre aquellas obras fue muy estimulante”.
Otra pregunta y otra. ¡Quién no quisiera escuchar a Cachita! Trato de hurgar ahora entre las más gratas experiencias y su respuesta rompe enseguida todos los silencios: “La mayor ha sido trabajar. Atender a los investigadores, que además son mis colegas, desde el Departamento de Fondos Raros y Valiosos donde hace varios años me desempeño, y ayudarle a encontrar la información me reconforta mucho”.
“Ya en el plano que habitualmente se habla de las satisfacciones, también me alegra que mis compañeros reconozcan una serie de distinciones y reconocimientos que he recibido, pero en realidad lo que más satisfacción me da es que las personas salgan contentas”.
Y es que Cachita también posee entre sus incontables logros las distinciones nacionales Raúl Gómez García y la María Teresa Freyre de Andrade, el Sello Conmemorativo Antonio Bachiller y Morales, por solo mencionar algunas. Además, ostenta el premio La Aurora de Matanzas, instituido por la Biblioteca Gener y Del Monte; y mereció este año la Distinción La Tórtola, que otorga la Dirección provincial de Cultura.
Así celebra el Día del Bibliotecario Cubano. Han sido muchos los años que ha recordado esta fecha dentro de la misma institución. Pero ella sabe que aunque los tiempos cambian, no cambian los requisitos para ser un buen bibliotecario.
“En primer lugar debe leer, en segundo lugar leer, leer, leer y leer. Lamentablemente se ha perdido mucho este hábito, pero no puede haber un bibliotecario que no lea; porque de esa manera no podrá orientarle lectura a nadie, ni dar una referencia. Toda la técnica bibliotecaria se aprende, se pasa un curso, se estudia de forma autodidacta; pero la cultura hay que cultivarla todos los días para brindar el mejor servicio”, señala.
“Lo otro que me parece muy importante es el nivel de comunicación con los demás. Se debe establecer una conversación en la que el usuario se sienta cómodo, pero a la vez en la que conozcamos las características de la persona, lo que busca y para qué. No es lo mismo pedir una información para una tesis de grado que para un matutino”.
Cachita camina segura por las salas de la biblioteca. Lleva en su pecho guardados con mucho celo a los más grandes referentes, a quienes conoció mientras realizaba sus prácticas en la Biblioteca Nacional como Israel Echeverría, “magnífico referencista” o Aracelys García Carranza, “la bibliógrafa más importante que tiene Cuba”, entre tantas otras personas.
Los veía trabajar, cómo hacían sus tareas. Fueron muy importantes en su formación. Y luego, en Matanzas, no tardó en admirar a Elsa González, Nereida Escaig, Teresa y Lourdes Rodríguez, Mirta Martínez, Elisa Bermúdez. Ellos fueron los que le enseñaron en la práctica todos los secretos de biblioteca.
“Era un equipo muy serio, muy responsable. Trabajábamos muchísimo, íbamos por los barrios a hacer actividades de extensión y nos divertíamos. Además de ese colectivo que me ayudó a crecer como profesional, tuve la dicha de contar con un director muy culto, que siempre estaba al tanto de todo lo que ocurría”, comenta.
“Israel Batista le daba libertad a los jefes de departamento para realizar todos sus sueños, apoyaba cada iniciativa, se preocupaba mucho por lograr que la biblioteca fuera cada vez más extendida hacia la sociedad. Años después también lo haría Orlando García Lorenzo con una personalidad distinta y otro modo de hacer”.
Pero detrás de la remembranza de aquellos primeros años de ejercicio, Cachita esconde una confianza inquebrantable en el presente y el futuro: Las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones podrán facilitar muchas de las tareas tradicionales que antes realizaba el bibliotecario, pero no harán morir esta profesión.
“Esa comunicación que permite descubrir las necesidades reales del usuario y orientarlo, no la puede establecer ningún programa. La capacidad de enamorar y motivar a la lectura, mediante un pasaje escogido o partir de las propias emociones al leer, solo la tiene un ser humano”, agrega.
“La labor del bibliotecario como referencista, como orientador, como persona que te hace participar de la recreación, deleite, entretenimiento y a la vez educación, se va a mantener aunque hagamos uso de los medios digitales. A ello se suman las actividades que promueve como espacio social de intercambio, porque no es lo mismo disfrutarlas de manera presencial que a distancia”.
Para la también profesora e investigadora con numerosos estudios de postgrado, publicaciones y reconocimientos científicos, leer ofrece la posibilidad de vivir también otras vidas. Ella, como aquella niña cardenense, todavía descubre una magia infinita en la posibilidad de hojear o sentir el olor de algún libro nuevo. Por eso está segura de que perdurarán por largo tiempo las bibliotecas… y los bibliotecarios.