El nombre de la familia Somavilla está unido a la historia de la música cubana

En enero de 1899, en la esquina de las calles Coronel Verdugo y Laborde, en Cárdenas, nacía una gloria de la música cubana: el Maestro Rafael Somavilla Pedroso.
Único varón de cuatro hermanos que quedaron huérfanos muy chicos al cuidado de América, la hermana mayor. Rafael tendría cinco o seis años. Hijo de un emigrante español que murió muy joven, a los 33 años de edad. Dos años después perdían a la madre.
Sus primeros estudios los cursó en una escuela pública de su ciudad natal.
Aunque la familia no tenía tradición de músicos, desde muy chico se inclinó por esta manifestación. Primero estudió la trompeta, después el cornetín y como a los doce años ya dirigía a un pequeño grupo del colegio, hasta que a los 16 ya estaba al frente de la Banda Infantil en Jovellanos, donde la familia vivió unos dos años.
Uno de sus maestros –que después fue el primer trompeta de su orquesta-, fue Félix Covarrubias.
El instrumento que más le gustaba era la trompeta, pero además tocaba el violín, la guitarra y el piano.
Entre los años 1919 y 1920 los Somavilla se trasladan para Matanzas por el trabajo de Rafael.
En 1979 entrevisté a Maria Antonia y Teresa, las hermanas del Maestro que estaban vivas, y a su hija Lourdes, en el hogar de la familia en la Calzada de Tirry No. 87, en la ciudad yumurina. Fue una tarde de las que propician que ames lo que haces. Recuerdo a las hermanas, ya viejecitas, hablar de Rafael con devoción.
Precisamente, fue Lourdes la que recordó la etapa en que su padre trabajó en una tabaquería.
“… parece que en este tiempo no había buen desenvolvimiento económico. Recuerdo que mis tías cosían mucho, hasta tarde en la noche, de madrugada, y él en la tabaquería. Primero fue aquí en la casa, una cosa pequeñita, que estaba al fondo. Ya después la fábrica se hizo mayor y pasó a Dos de Mayo y puso sus trabajadores. Tocaba en la orquesta y tenía su fábrica. Eso duraría unos cuatro o cinco años.”
En Matanzas organizó la banda de música del Asilo José María Casal durante varios años: de 1950-51 hasta 1959. Era una orquesta que amenizaba los bailes y fiestas del Liceo, el Casino Español, el Balneario y lugares cercanos en fechas tradicionales.
Pero dirigió también la Orquesta de Música Popular, la Banda municipal, donde además tocaba la trompeta, y la Sinfónica, en la que fue nombrado director titular en 1963.
“En papi era digno de admirar –es Lourdes la que retoma la palabra- el hecho de que él no tuvo la oportunidad que tienen ahora los que se dedican al arte, de estudiar en escuelas provinciales y superiores de música. Él era un verdadero autodidacta, estudiaba sus propios métodos. Inclusive, dejó un método de solfeo propio casi terminado. Hasta los últimos momentos fue así.”
Ese método de lectura musical obligaba al alumno a leer la música como se lee un libro, método que quedó inconcluso debido a su repentina enfermedad.
Con esa capacidad que tenía, después del triunfo de la Revolución trabajó además en los inicios del movimiento de aficionados y fungió como profesor de música de la secundaria Manuel Sanguily hasta el ataque a Playa Girón.
Lo último que hizo fue impartir clases en la Escuela de Arte y dirigir la Sinfónica hasta que cedió la batuta a Reynold Álvarez Otero y Mario Argenter Sierra.
Los allegados lo recuerdan como una persona de buen carácter, jovial, amable, sin embargo, era firme y a veces hasta un poco genioso cuando los alumnos no estudiaban.
Viajó a Hungría y a Alemania, en intercambios culturales.
“Nosotros lo consideramos, la verdad –Lourdes se refiere a su hermano y a ella-, no como un padre, sino como un camarada, es decir, teníamos la confianza de llegar a él en todo momento sin ningún problema. Siempre encontrábamos el consejo, la buena guía, nunca la represión, la imposición. Trataba de convencernos, pero jamás nos coaccionaba.”
Rafael Somavilla Pedroso murió a las doce menos cuarto del día 27 de octubre de 1973 en el hospital Calixto García, de La Habana. Tenía 74 años.
Ese año dio sus clases como siempre. Ya en julio no se sintió bien. El proceso de enfermedad fue muy corto, apenas de tres meses. Durante su estancia en el hospital le pidió al director tres veces venir a Matanzas.
Está enterrado en el cementerio San Carlos Borromeo, de la ciudad de Matanzas. La Banda de Música acompañó su entierro, como años más tarde lo haría con el de su hijo. Y despidió el duelo su propio hijo: Rafael Somavilla Morejón.
El nombre de la familia Somavilla está unido a la historia de la música cubana y matancera.