Miércoles para amar aún más la poesía en Matanzas
Todo en la ciudad de Matanzas invita al deleite: la asombrosa naturaleza de esta tricentenaria urbe resulta de una singular belleza, sus edificios señoriales que narran la historia de la Venecia de América con sus dolores y luces, hitos de épocas y movimientos que reflejan el esplendor de antaño.
Pero no puede definirse a Matanzas sin su desarrollo cultural, sin los disímiles nombres que, desde las letras y las artes, han traído luz a esta, la ciudad que le faltaba al mundo antes de 1693, sin la prominente promoción poética de que ha sido escenario y, muchas veces, también inspiradora y protagonista.
Voces de diferentes generaciones se mezclan en disímiles formas estróficas y se funden, versos que se hermanan en un único cuerpo de papel para conjugar los estilos, íntimas resonancias de escritores cuyas raíces surgen desde una misma tierra.
Tierra fértil dentro de la literatura nacional, con escritores de renombre en cualquier época y clase social, en cualquier escenario. Pero, quien conozca bien nuestra historia cultural, reconocerá que es la poesía el condimento que nunca falta en cada esquina, en cada soplo de aire, incluso en los más inesperados rincones.
La poesía surca las plazas de la urbe con tanta asiduidad que a veces ya ni nos sorprende. En reconocer su poder, más allá de la página inerte, en sentir en cada fibra del cuerpo el peso de su verdad sanadora, emotiva e intimista, radica la esencia del Miércoles de poesía, un espacio que, desde hace décadas, convoca a los autores a compartir sus letras. ¡Y es que tantos poetas nacen o se refugian en la Ciudad de los Puentes!
Sucede un extraño encantamiento en cada uno de estos encuentros. El de la víspera, en la casa social de la UNEAC, no fue la excepción. Las voces de nueve poetas simultanearon para cantarle al amor, a la paz, a la vida. Antecedieron a las lecturas dedicatorias a poetas del patio y de Cuba toda, entre ellos Israel Domínguez, Leymen Pérez y Gastón Baquero.
Resaltó el tono cubanísimo de Hugo Hodelín Santana, auténtico, real, con toques de jovialidad pero sin resistirse a transmitir profundas reflexiones de vida, esenciales en estos tiempos donde tanta falta la poesía. Conquistó a los presentes la intencionalidad autobiográfica de los textos de la joven Náthaly Hernández Chávez y José Rodolfo Canito, el canto a los locos de Luis Lexander Pita y María Cristina Martínez, la sensualidad descrita en los versos de Julio César Pérez y Efraín Pérez Izquierdo.
Resonaron temas que, por comunes, no se diluyen en repeticiones ni hojarasca. La familia, con hermosas estrofas dedicadas a una abuela, la esposa, los hijos; la belleza femenina, con exquisitas descripciones; el siempre complejo e igualmente hermoso amor hacia la pareja, las perspectivas ante la vida, coronaron la tarde, entre poetas-amigos, amigos-poetas.
Sumaron emotividad a la tarde José Germán, la cubanísima décima de José Manuel Espino y Alfredo Zaldívar en su doble condición de escritor y anfitrión. Pusieron también alma a la cita vespertina con su música Olga Margarita Muñoz y Mario Guerrero.
No hace falta que sea miércoles para venerar un género que desborda la tradición; su presencia es diversa y constante en múltiples lugares y contextos.
Y es que en Matanzas suceden otros dos hechos que distinguen el variopinto escenario poético de la provincia; por una parte, las lecturas matanceras de poesía son singulares, diferentes a las de los autores del resto del país, al tiempo que los poetas matanceros tampoco coinciden entre sí en el ritmo, en el tono o en los gestos; por otro lado, están tan calada al alma de los matanceros la poesía que se funde con cualquier otra manifestación para asistir al alumbramiento de un encuentro especial, como el que ocurre mensualmente en la Atenas de Cuba durante los Miércoles de poesía.