Se me ha perdido un verso (+audios y vídeo)

Se me ha perdido un verso y no sé dónde encontrarlo. Desapareció la antepenúltima madrugada de agosto, hace ya seis años. Había quedado huérfano, escondido en el blanco interminable de una página abandonada en Tirry 81, temeroso ante la posibilidad de deambular eternamente entre ríos y puentes.
Lo recuerdo bien: era un sintagma con la luz de un campo de luciérnagas, dulce como las uvas pasas, más hermoso en tanto más se parecía a quien le dio vida, merecedor, como ella, de los más altos elogios, del don de la inmortalidad.
Se ha extraviado el verso con el que la poetisa deslumbró al universo, ese que, por cotidiano, se hizo parte de los recuerdos, los amores y la vida de todos sus lectores. Se lanzó al vacío de los puntos suspensivos, a la incertidumbre de los amaneceres truncos, a los arrabales de la palabra.
Luego apareció ella, con el cabello rubio que se riza en las noches, con la memoria que anida en las ramas más altas de sí misma, con la poesía surcándole los labios, con el desparpajo aprendido y la frescura de la eterna joven que siempre fue hasta sus 96 años.
Pero, para estar muerta Carilda tendría que haber desaparecido, tendría que ser la despedida que desgarra, la soledad del duelo, el maullido triste de un gato a medianoche, la lágrima demorada, la más feroz ausencia. Nada más lejos de la indómita poetisa.

Para estar muerta tendrían que haber muerto todas las estrellas, tendrían que haberse secado todos los corazones del mundo, tendría que haber quedado mudo el amor, tendrían que haber arrancado de cuajo las esperanzas de todo el planeta.
Y aún me pregunto cómo ha de ser cierta tu partida si te encuentro volando por el suelo sin el traje de nube de las nubes, pero con el estruendoso sonido del verso más cortante, con la exquisita rima de los apasionamientos, vestida de mito y de leyenda.