Los fantasmas de la limpieza
Ola
Cae la noche, y con ella el populoso ajetreo citadino de Cárdenas se extingue. Mientras la oscuridad se asienta, las calles enmudecen su bullicio laborioso, son retiradas las tiendas ambulantes y guardados los martillos cansados, los pasos de la gente, ansiosos, apresuran hacia su destino. Las imágenes de la vida son ahora más silenciosas, la ciudad se retira a descansar.
Cárdenas, a pesar de su historia rica en tradiciones singulares, no es famosa por su vida nocturna. La urbe que en otros tiempos ostentó el epíteto de la “Holanda de América” se le conoce más bien por la abundancia de coches y de bicicletas que transitan sus avenidas, por la ancianidad de su ron, también por el esplendor que su puerto ostentó en épocas pasadas y por su estrecha cercanía a la hermosa playa de Varadero.
Más este esplendor contrasta con el silencio de la vigilia cardenense. Parece ser un sitio presuntuoso que se aprovecha de la luz para mostrar sus bellezas al mundo y que ve en la oscuridad una criatura dispuesta a esconder con su manto las vanidades que ostenta.
Sin embargo, las noches de la ciudad albergan a sus propios habitantes y la vida cobra otro matiz menos conocido. En la soledad de la penumbra se descubren inesperadamente figuras humanas encorvadas. Visten ropas deshilachadas y arrastran consigo unos carritos armados de escobas y cestos. Apenas levantan la mirada, y cuando lo hacen pocos perciben otra presencia extraña a su persona.
El oficio de estas personas es limpiar todos los desechos que resulten de la actividad ambiciosa de la ciudad ufana. Eligen la noche para su labor, porque a decir de muchos es más tranquilo y provechoso el trabajo. Pero a pesar de sus argumentos prácticos sus ojos se encienden al hablar de la noche. Guardan para ellos celosamente sus encantos.
Afirman que deambular en la ciudad desnuda es mucho más poético que hacerlo en la ciudad populosa. Las siluetas se difuminan y las sombras alargadas deforman la realidad de los objetos. Es en esta atmósfera donde limpiar es la aventura fantástica, pues la imaginación llena los espacios vacíos: cantan para un público que los aclama y celebran con una algarabía muda; viajan a tierras lejanas, pasados remotos y futuros inciertos y posibles; viven amores fugaces en cada esquina; aseguran que la brisa murmura verdades y que entienden el idioma de los grillos, el susurro de los árboles y las miradas de los perros.
En la noche pueden vivir los sueños que la luz destruye. Y en cada episodio fantástico la suciedad es vencida. Estas personas con su trabajo preservan la hermosura de Cárdenas que, en sus historias, poco o nada recoge de estos hijos cariños. No tienen rostros ni nombres. Poco figura en la crónica diaria ni los comentarios de su gente. Para algunos, sus labores son más despreciadas que amadas. La oscuridad recogerá su manto de ensueño y la realidad volverá a ser sobria y agitada. Con el día se desvanece el mundo de los fantasmas de la limpieza.