26 de abril de 2024

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El Papa y la Rosa

Esta estampa, obviamente, es un homenaje al Papa Juan Pablo II (hoy San Juan Pablo II) al cumplirse 25 años de su visita a Cuba y a mi entrañable y nunca olvidada Rosa Fornés

El Papa Juan Pablo II saluda al presidente cubano Fidel Castro el 21 de enero de 1998 después de que el líder de la Revolución diera su discurso de bienvenida en el Aeropuerto Internacional José Martí, en La Habana. Foto: Estudio Revolución

El Papa Juan Pablo II saluda al presidente cubano Fidel Castro el 21 de enero de 1998 después de que el líder de la Revolución diera su discurso de bienvenida en el Aeropuerto Internacional José Martí, en La Habana. Foto: Estudio Revolución.

Esta estampa, obviamente, es un homenaje al Papa Juan Pablo II (hoy San Juan Pablo II) al cumplirse 25 años de su visita a Cuba y a mi entrañable y nunca olvidada Rosa Fornés.

Cuando el Papa Juan Pablo II nos visitó en enero de 1998, el país se cargó de una euforia pocas veces vista. Esto que afirmo es desde mi modesto punto de vista.

En el plan de “actividades” que prepararon para el Sumo Pontífice el Vaticano y el Gobierno de Cuba, se contempló un encuentro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana entre su Santidad y un pequeño grupo de artistas e intelectuales, que en mayor o menor medida, tuvieran relación con la iglesia católica. Estaban también, porque el revoltijo cubano es así, representantes de otras denominaciones religiosas, todos reunidos bajo el manto del ecumenismo.

En la tercera fila, a la derecha del camino que separa un ala de la otra en el magno salón, nos sentamos en este orden:  Nisia Agüero (eminente y admirada promotora cultural) junto al pasillo —era por tanto la que estaría más cerca del Prelado cuando hiciera el paseíllo hasta la Presidencia—, a su lado la gran cantante Omara Portuondo, junto a ella, el declamador Luis Carbonell, quien se recuperaba por entonces de un problema de salud y estaba muy débil; luego, Rosa Fornés, nuestra vedette por excelencia, junto a Rosa yo, y después de mí los queridos escritores Cintio Vitier, Fina García Marruz y Miguel Barnet.

Nos pidieron que estuviéramos allí, por cuestiones de seguridad, ¡cuatro horas antes del encuentro! Como todos nos conocíamos y algunos éramos amigos, se creó un agradable ambiente de cordialidad. Yo estuve hablando largo y tendido con la Fornés, siempre tan agradable, simpática y espontánea, a quien siempre consideré como otra madre.

Los temas se fueron agotando y la ansiedad crecía al compás de las horas, los minutos, los segundos.

De repente nos envolvió una música celestial que emergía del segundo piso, era el Salve Regina de la Misa a La Virgen de La Caridad del Cobre, del Maestro José María Vitier, en las voces del coro Exaudi. Acto seguido ingresaron al recinto miembros del Colegio Pontificio y purpurados cubanos, además de miembros del gobierno. Más tarde entraron por la puerta principal nuestro Comandante en Jefe y su Santidad, todos nos pusimos de pie entre aplausos. El Papa quedaba de nuestro lado. Entonces Rosa, motivada por un instinto religioso apasionado, verdadero, y sin medir la distancia que la separaba del Pontífice, decidió besar su mano, se lanzó sobre Carbonell alargando el brazo, éste trastabilló y empujó a Omara, quien a su vez chocó contra Nisia que intentaba contener la avalancha apertrechada entre las dos filas. Rosa quedó en equilibrio con una pierna en mis brazos y la cabeza extendida con la mano del Papa en sus labios. Yo no encontraba manera de enderezar semejante dominó, pero logré sostener a Rosa de la cintura, agarré el cuello del saco de Carbonell para que se incorporara, Omara, que era muy ágil, se enderezó como una pluma y Nisia respiró indicándonos, con autoridad, que nos tranquilizáramos.

Ya todo compuesto, le dije a Rosa, que estaba llorosa por la emoción: “¡Madre, tienes el rímel corrido!” Entonces ella, mirándome seria y asombrada, olvidando soberanamente la inestabilidad provocada por su cristiano desafuero, sacó de la cartera un pequeño espejo, se recompuso y me dijo sedada y señorial, como si nada hubiera ocurrido, como si aquella locura momentánea no nos mantuviera con una carcajada contenida a los que disfrutamos de la escena: “Bueno, ahora ya estoy lista para escuchar a Su Santidad. ¿Cómo me veo, Amaurito?Bellísima, madre, como siempre».

Con un audio insuficiente y la frágil voz del jefe de la Iglesia Católica, no entendimos casi nada, pero de alguna manera el Papa logró que nuestras almas se sintieran en paz. Recuerdo esa tarde con especial estremecimiento.

Rosita Fornés. Foto: Peti.

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