Oriundo del peraviano poblado de Baní en Santo Domingo, República Dominicana, había nacido el 18 de noviembre de 1836 y, con la convicción de lograr desarticular la ocupación colonial que oprimía a la mayor de las Antillas, después de participar en diversas acciones combativas en su país natal, se incorporó a las fuerzas mambisas justo cuando sumaban cuatro días desde el grito de Céspedes en La Demajagua.
Gracias a sus conocimientos militares previos y, durante la Guerra de los Diez Años, devino exponente de la estrategia de guerrilla en el campo de batalla y precursor de la primera carga al machete en el país, práctica convertida en el sello identitario del mambisado. En este período se alzó en disímiles territorios como La Indiana, Sagua de Tánamo, Monte Líbano, El Oasis y Tiguabo, entre otros.
Su accionar revolucionario no se detuvo ni siquiera desde el exilio y, precisamente el 2 de octubre de 1884, cuando junto al Lugarteniente General Antonio Maceo se encontraba envuelto en los preparativos para reiniciar la contienda armada en la Isla, conoció en Nueva York a José Martí, a quien se uniría el 25 de marzo de 1895 para firmar el Manifiesto de Montecristi, documento cuyas concepciones emancipadora, humanista y afines a la soberanía y desarrollo independiente del país, lo consolidaron como piedra angular de la guerra del 95.
De vuelta en suelo cubano encabezó junto al Titán de Bronce la que hasta la fecha sigue siendo reconocida como una de las más emblemáticas hazañas militares del siglo XIX en la región: la Invasión a Occidente, pues ambos valientes lograron burlar el poderío hispano y extender desde Mangos de Baraguá hasta Mantua el bregar insurrecto y liderar las recordadas Campaña Circular y de Las Villas y el estratégico Lazo de la Invasión, entre otras victoriosas acciones.
Durante 1897 mantuvo su periplo mambí entre Las Villas y Las Tunas y ya para 1898 se trasladó a la Quinta de los Molinos en La Habana e integró la Asamblea del Cerro al establecerse esta como Gobierno Provisional, pero por desacuerdos con su ejecutivo acabó siendo destituido de su cargo de General en Jefe del Ejército Libertador en marzo de 1899, acción repudiada por las masas populares que no cejaron en su empeño de defenderlo y condenar a los asambleístas, cuya estructura acabó sucumbiendo unas jornadas después tras la presión.
Delicado de salud, el «Chino Viejo», como sus más allegados le adjudicaban, falleció en la capital el 17 de junio de 1905 y a 119 años de su partida a la inmortalidad, su heroica huella pervive en el corazón de la Patria donde encontró un hogar y en la memoria colectiva del pueblo que lo acreditó, merecida y oportunamente, como «El Generalísimo».