La cúspide del Romanticismo en Matanzas: José María Heredia
“Solo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas”.
José Martí
Urbe de poetas y cultura singular, Matanzas es también tierra donde la tradición tiene arraigo desde el propio nacimiento de esta ciudad anfiteatro.
Así, cuando en el siglo 19 se le comparó con la Grecia de antaño, se pretendía sintetizar, además de las riquezas geográficas, las características climáticas, la identidad del matancero y la historia del territorio, la excelsitud de su cultura.
Esta ciudad atesora nombres, entre otros, de grandes poetas quienes dejaron aquí, más que sus letras imprescindibles, la memoria de un país, sus amores, desesperanzas, tormentos y nostalgias. Tiene la Atenas de Cuba el privilegio de haber acogido a una de las más grandes personalidades de la poesía cubana.
HEREDIA EN MATANZAS
El poeta cubano José María Heredia, precursor del Romanticismo en la literatura cubana, vivió varias etapas en Matanzas, sitio donde encontró refugio para su realización como poeta, desató sus ansias libertarias, fue profundamente feliz y tortuosamente desdichado.
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Determinantes momentos de su fecunda existencia tuvieron como residencia este sitio, entre ellos su aparición como autor dramático, su trabajo como abogado, las primeras manifestaciones de sus sentimientos independentistas como parte de Caballeros Racionales de Matanzas, una ramificación de la logia masónica Los Soles de Bolívar, su partida hacia el destierro y la última visita a la Patria.
El investigador José Augusto Escoto, hace más de cien años, buscó intensamente la casa donde el romántico poeta pasó algunas de las mejores etapas de su juventud, mas “desistió debido a las transformaciones arquitectónicas del inmueble y su entorno”, según expone la periodista Amarilys Ribot en una información.
Escoto había reseñado que Heredia vivía en la calle O’Reilly (hoy Río) en la sección del barrio o cuartel de San Juan de Dios, en la acera de la derecha, según se avanza dando la espalda al mar.
Aquella no fue, sin embargo, la única vivienda donde residiera en Matanzas el primero de los grandes poetas del siglo 19. Nacido en Santiago de Cuba, en 1818, el joven Heredia residió por primera vez en Matanzas, en la casa de su tío, el abogado Ignacio Heredia Campuzano.
En su primera estancia en la ciudad, que no duró más de un año, actuó en el estreno de su obra Enrique IV o El usurpador clemente, compuso su tragedia Montezuma y el sainete El campesino espantado.
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Otros estudiosos, biógrafos e historiadores retomaron las indagaciones. Determinante fue la labor del doctor Ercilio Vento Canosa, Historiador de la Ciudad, que culminaron en el año 2001, no sin contratiempos que dilataron el proceso. Era deficiente la información documental existente en archivos y lugares de consulta y las transformaciones estructurales, tanto de la propia vivienda, como de la manzana donde se le sitúa.
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En 1819, el joven estudiante abandonó la isla rumbo a México y a su regreso, en 1821, sienta residencia en Matanzas, en la casa de Río 54. Es este uno de los períodos más fecundos de la vida del poeta: se gradúa de bachiller en leyes y abogado; funda la revista Biblioteca de las damas, donde publicó varios escritos suyos y escribió su tragedia Atreo.
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José María Heredia dejó profundas huellas en la literatura cubana, tanto que José Martí lo calificó como el “primer poeta de América”, pero de manera trascendente lo hizo su poema La estrella de Cuba, escrito el 23 de octubre de 1823 y considerado el primer texto de espíritu revolucionario e independentista escrito en la Isla. Entonces residía en Matanzas, en la casa de su tío Ignacio, prestigioso abogado en esa localidad cubana.
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Denunciado en 1823, Heredia debe escapar rumbo a los Estados Unidos y después a México. El anhelado regreso ocurre en noviembre de 1836, pero el autor del Himno del desterrado no encontró paz entre los suyos.
Refugiado en el hogar matancero, Heredia pasa dos lacerantes meses en Cuba antes de partir definitivamente a México, donde falleció el 7 de mayo de 1839.
Himno del desterrado
Reina el sol, y las olas serenas
Corta en torno la prora triunfante,
Y hondo rastro de espuma brillante
Va dejando la nave en el mar.
“¡Tierra!” claman: ansiosos miramos
Al confín del sereno horizonte,
Y a lo lejos descúbrese un monte…
Le conozco… ¡Ojos tristes, llorad!
Es el Pan… En su falda respiran
El amigo más fino y constante,
Mis amigas preciosas, mi amante…
¡Qué tesoros de amor tengo allí!
Y más lejos, mis dulces hermanas,
Y mi madre, mi madre adorada,
De silencio y dolores cercada
Se consume gimiendo por mí.
Cuba, Cuba, que vida me diste,
Dulce tierra de luz y hermosura,
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
Tengo unido a tu suelo feliz!
¡Y te vuelvo a mirar…! ¡Cuán severo
Hoy me oprime el rigor de mi suerte!
La opresión me amenaza con muerte
En los campos do al mundo nací:
Mas ¿qué importa que truene el tirano?
Pobre, sí, pero libre me encuentro:
Sola el alma del alma es el centro:
¿Qué es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y proscrito me miro
Y me oprime el destino severo,
Por el cetro del déspota ibero
No quisiera mi suerte trocar.
Pues perdí la ilusión de la dicha,
Dame ¡oh gloria! tu aliento divino.
¿Osaré maldecir mi destino,
Cuando aún puedo vencer o morir?
Aun habrá corazones en Cuba
Que me envidien de mártir la suerte,
Y prefieran espléndida muerte
A su amargo, azaroso vivir.
De un tumulto de males cercado
El patriota inmutable y seguro,
O medita en el tiempo futuro,
O contempla en el tiempo que fue,
Cual los Andes en luz inundados
A las nubes superan serenos,
Escuchando a los rayos y truenos
Retumbar hondamente a su pie.
¡Dulce Cuba! en tu seno se miran
En su grado más alto y profundo,
La belleza del físico mundo,
Los horrores del mundo moral.
Te hizo el Cielo la flor de la tierra:
Mas tu fuerza y destinos ignoras,
Y de España en el déspota adoras
Al demonio sangriento del mal.
¿Ya qué importa que al cielo te tiendas,
De verdura perenne vestida,
Y la frente de palmas ceñida
A los besos ofrezcas del mar.
Si el clamor del tirano insolente,
Del esclavo el gemir lastimoso,
Y el crujir del azote horroroso
Se oye sólo en tus campos sonar?
Bajo el peso del vicio insolente
La virtud desfallece oprimida,
Y a los crímenes y oro vendida
De las leyes la fuerza se ve.
Y mil necios, que grandes se juzgan
Con honores al paso comprados,
Al tirano idolatran, postrados
De su trono sacrílego al pie.
¿A la sangre teméis…? En las lides
Vale más derramarla a raudales,
Que arrastrarla en sus torpes canales
Entre vicios, angustias y horror.
¿Qué tenéis? Ni aun sepulcro seguro
En el suelo infelice cubano.
¿Nuestra sangre no sirve al tirano
Para abono del suelo español?
Vale más a la espada enemiga
Presentar el impávido pecho,
Que yacer de dolor en un lecho,
Y mil muertes muriendo sufrir.
Que la gloria en las lides anima
El ardor del patriota constante,
Y circunda con halo brillante
De su muerte el momento feliz.
Al poder el aliento se oponga,
Y a la muerte contraste la muerte:
La constancia encadena la suerte;
Siempre vence quien sabe morir.
Enlacemos un nombre glorioso
De los siglos al rápido vuelo:
Elevemos los ojos al cielo,
Y a los años que están por venir.
Si es verdad que los pueblos no pueden
Existir sino en dura cadena,
Y que el Cielo feroz los condena
A ignominia y eterna opresión,
De verdad tan funesta mi pecho
El horror melancólico abjura,
Por seguir la sublime locura
De Washington y Bruto y Catón.
¡Cuba! al fin te verás libre y pura
Como el aire de luz que respiras,
Cual las ondas hirvientes que miras
De tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores le sirvan,
Del tirano es inútil la saña,
Que no en vano entre Cuba y España
Tiende inmenso sus olas el mar.
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