Aquel hijo de esclavos conquistó un sitio venerable en el altar de la patria (+infografía y audio)

Cuenta ella que de pequeña me gustaba hacerla leer cuánta pancarta nos encontrásemos en el camino.
-Mamá, ¿quien es ese señor?
-Él es Juan Gualberto Gómez, patriota insigne de nuestra provincia.
A veces me cuestiono qué era lo que tanto me atraía de ese hombre de mirada interesante y aunque aun no lo sé, me gusta pensar que fue lo mismo que me llevó a escoger al Periodismo como profesión y hoy me hace escribir estas letras.
Juan Gualberto Gómez nació en el ingenio azucarero Vellocino de Oro, propiedad de Catalina Gómez. Sus padres, Fermín Gómez y Serafina Ferrer eran esclavos, pero lograron comprar la libertad del niño antes de su nacimiento, de acuerdo a la ley de la época. Su condición de hombre libre le permitió alfabetizarse.
Por su notable inteligencia y fácil aprendizaje, a pesar del sacrificio económico que les significaba, sus padres lo enviaron a estudiar a La Habana, al colegio Nuestra Señora de los Desamparados, dirigido por Antonio Medina y Céspedes, un maestro afroamericano inspirado en la obra de José de la Luz y Caballero.
Cuando estalla la Guerra de los Diez años el clima de violencia que empezaba a imperar en la Isla hizo a los padres de Juan Gualberto, apoyados económicamente por Catalina Gómez, mandarlo a Francia con el fin de estudiar el oficio de constructor de carruajes, uno de los pocos a que podían aspirar afroamericanos y mestizos durante el período colonial.
En París comienza la labor política de Juan Gualberto cuando fue contratado como traductor por Manuel de Quesada y Francisco Vicente Aguilera, que se encontraban en el país con el objetivo de recaudar fondos para los independentistas en Cuba. Y desde ese entonces no cejaron los esfuerzos del joven por ver libre a su patria.
El periodismo llega como una forma de sustento económico a la vida de Juan Gualberto y desde ese entonces hasta su muerte, tal como dijo Ciro Bianchi, apenas dejó transcurrir un día sin llenar una cuartilla en blanco. Trabajó como corrector y reportero; más tarde como articulista de publicaciones de Francia, Suiza y Bélgica.
Cuando regresó a Cuba tras el Pacto del Zanjón, consciente de que su letra y espíritu ahondaría más la crisis y que las luchas futuras entre cubanos y españoles “serían más violentas que las pasadas”, funda La Fraternidad y, a la vez, colabora con La Discusión y La Lucha.
Cuando lo encarcelan y destierran en 1879, durante siete años ocupa responsabilidades de dirección en El Abolicionista y en La Tribuna, actúa como editorialista y cronista parlamentario de los periódicos El Progreso y El Pueblo, todos editados en España.
Falleció el 5 de marzo de 1933, a los ochenta años de edad. Aquel hijo de esclavos había conquistado un sitio venerable en el altar de la patria. Y hoy es la inspiración de esta joven periodista que ya lo admiraba sin siquiera saber leer y escribir.