El «don del Nene”
Si quieres creer, crees; y si no, sigue tu camino
FOTO EN EL CORREO
Daniel Ceballos, alias «el Nene», habla bajito y misterioso. Sus palabras se mezclan con el humo del tabaco de la finca Quemado de Rubí, en el mismo corazón de San Juan y Martínez.
– Voy por esa vuelta en busca de historias diferentes y leyendas rurales… de aparecidos, de muertos y luces que dicen salen por esos caminos.
«Yo creo en lo que veo, en lo que siento y en lo que vivo. Porque esto yo lo vivo todos los días. Cada cual tiene lo suyo: hay quien tiene vista, yo tengo mi don. El mío viene cuando yo quiero. Paso la mano, tengo mi fundamento, y creo en eso», dice «el Nene».
-¿Cuándo se dio cuenta de que tenía ese don?
– De joven me daban cosas raras: me caía, me quedaba como muerto. Los médicos me chequeaban y no encontraban nada. Yo dije: “Aquí hay que caminar por otro lado”. Un día me dijeron: “Hijo, tú no sabes quién eres”. Yo respondí: “Soy el Nene”.
“No, tú tienes esto, esto y esto”.
– Ahí empecé. Mi padrino me siguió, me enseñó y descubrí lo mío.
—¿Y después de eso, mejoró?
-Sí. Me siento bien conmigo mismo. Me siento bien cuando hago un bien. Cuando alguien llega dolido o perdido y puedo ayudarlo. A mí me dijeron: “Usted no es para hacer mal. Sus santos son para hacer el bien”.
—¿Ha vivido casos difíciles?
– Los niños… esos son los más difíciles. Una vez vino uno, sobrino de una sobrina mía. Lo habían llevado al pediátrico y a otros hospitales, y seguía mal. Llegó aquí muy malito. Y salió comiendo galletas. Ese no contaban con él.
Como ese, muchos.
—A partir de lo que ha vivido, ¿cree en los llamados trabajos espirituales?
– Sí. Cada cuerpo tiene su cosa. Usted no ha oído que “el que no tiene de Congo, tiene de Carabalí”. Eso es cierto. Hay cosas que existen.
—¿Siente miedo cuando ve apariciones o cosas así?
– No. Yo no le hago mal a nadie para que nadie me haga mal. Tengo 55 años y solo he ido a la policía a sacar mi carnet. Si viene un muerto o un vivo donde estoy yo, es porque necesita de mí. Yo estoy para dar la mano, no para quitarla.
—¿Cómo siente la energía de esta zona de La Vega?
– Positiva. Aquí hay buena vibra. Tal vez por el progreso, quién sabe.
—¿Y ahora mismo, conmigo, cómo se siente?
_ Tranquila, tranquila.te va a ir bien. Mejor de lo que piensas. No tengas miedo.
—¿Ha tenido visiones o intuiciones sobre personas?
– Sí. Por aquí vive un niño que ingresaron por una supuesta herida en el corazón. Vi a la abuela llorando y le dije: “Tu niño no tiene nada”.
Lo llevaron a La Habana y estaba bien.
– También tengo un ahijado en Estados Unidos. No podía irse. Le dije: “Tú te vas”.
Después, desde aquí, presentí que había tenido un problema con su padre. Cuando hablé con él, me dijo: “Padrino, lo que me dijiste pasó”. Lo mandé donde su tío y hoy es el segundo del negocio donde trabaja.
—¿Cómo pasa la mano? ¿Toca a las personas?
– No. A veces por los pies. Si estás empachada, te paso la mano. Si no lo estás, no. Y, gracias a Dios y a lo que tengo arriba, nadie ha vuelto enfermo.
—Usted es padrino, pero no usa collares a la vista. ¿Por qué?
– Porque no hay que exhibir. Mis collares están colgados y comen todos los viernes: humo, ron, miel, caramelito, un carrito. Si le doy a uno y no al otro, se me ponen guapos. Yo le doy a todos. Si yo no les doy, no puedo pedirles. Ese es mi principio.
—¿Por qué los tiene?
– Porque si no, me iban a matar. Cuando empecé me daban cosas fuertes. Yo era incrédulo. Ni en mi madre pude creer, porque me abandonó a los cuatro años. Pero lo mío espiritual sí: eso no lo suelto.
—¿Cómo lo asume la comunidad? ¿No hay tabú?
– Todo el mundo viene. No me siento excluido. Vivo con mis hijos y mi esposa; lo mío está detrás de la casa. Si quieres creer, crees; y si no, sigue tu camino. Pero cuando hago un bien, me siento mejor.
