15 de febrero de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

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Jesús Menéndez Larrondo: el adalid de la justicia (+audio)

Hoy retumba en nuestra memoria el peso de aquellos balazos con que Casillas Lumpuy, bajo órdenes del cuerpo gubernamental, el ejército y la embajada de Washington, apagó la existencia del valeroso héroe.

El 22 de enero de 1948 la estación ferroviaria de Manzanillo presenció uno de los más desalmados episodios de la historia de Cuba: el asesinato de Jesús Menéndez Larrondo. A manos del entonces capitán de la Guardia Rural, Joaquín Casillas Lumpuy, una tríada de balas marcó el ocaso de una vida ampliamente dedicada a bregar por los derechos de los trabajadores y el comienzo de una incesante turba de indignación en la sociedad antillana.

Aquel heroico nieto de mambises, adalid de la integridad moral y detractor de las injusticias había nacido el 14 de diciembre de 1911 en la villareña ciudad de Encrucijada y ya para 1939, con apenas 28 años, resultó electo delegado a la Asamblea Constituyente, de la que se gestaría la Constitución del ’40, y asumió como Representante a la Cámara por el Partido Unión Revolucionaria Comunista.

En medio de la convulsa situación sociopolítica que atravesaba la nación, el presidente Ramón Grau San Martín irrumpió en el poder e instituyó un mandato corrupto y servil a los intereses de su contraparte estadounidense. El cuerpo represivo gubernamental se empecinó en acallar el creciente fragor que emanaba de aquel valiente que acabó convirtiéndose en uno de los más emblemáticos líderes sindicales de la Isla.

Siempre encauzado al mejoramiento de las condiciones de la clase trabajadora estuvo su prolífico quehacer revolucionario. En ese afán logró el establecimiento de un fondo para el retiro de los trabajadores azucareros y de la jornada laboral de ocho horas, el aumento salarial y el pago de horas extra, así como el acceso de las féminas a la maternidad obrera, la asistencia social y otras múltiples medidas con las que además logró arrebatar sustanciales sumas a una oligarquía enriquecida gracias a la corrupción y chanchullos.

Asimismo, estructuras como la Federación Nacional de Obreros Azucareros, el Sindicato Nacional Obrero de la Industria Azucarera y las Confederaciones de Trabajadores de Cuba y Nacional Obrera de Cuba le deben su prestigioso accionar, al que han de sumarse su pertinaz repudio a la normativa con que el Congreso norteño aspiraba mancillar la reputación de la cuota azucarera cubana y su intransigente combate a toda muestra de entreguismo y demagogia yanqui en detrimento del proletariado antillano.

Hoy retumba en nuestra memoria el peso de aquellos balazos con que Casillas Lumpuy, bajo órdenes del cuerpo gubernamental, el ejército y la embajada de Washington, apagó la existencia del valeroso héroe. Aún los ecos de aquella jornada laceran el corazón de un país que se sabe desprovisto del más estrenuo de sus dirigentes sindicales, mas aún pervive el recuerdo de ese temerario joven, a quien la mayor de las Antillas honrosamente venera y que, en su vasta y musical lírica, Nicolás Guillén inmortalizó como el «General de las Cañas».

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