Desembarco de una expedición que fue esperanza renacida
Hay tanto de sublime en aquel desembarco azaroso y extraordinario del dos de diciembre de 1956 –cuando 82 hombres comenzaron a marcar, con su heroísmo, la ruta definitiva hacia la independencia de Cuba– que a la distancia de 67 años la fecha sigue convocando al recuento histórico y a la reedición simbólica protagonizada por los pinos nuevos. Es la épica del yate Granma, multiplicada hoy, inspiración del futuro.
Por ello son conmovedoras las anécdotas de los bisoños que (arropados con el verde olivo de un uniforme siempre rebelde) han podido «pellizcar» un pedazo de la historia, al recorrer parte de la travesía enrevesada que enfrentaron los expedicionarios tras su arribo a la Patria, aquel amanecer de 1956.
Allí, en el lugar conocido como Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de la playa Las Coloradas, en Niquero (provincia de Granma), los pioneros y jóvenes suelen adentrarse en esas aguas de la costa sur granmense, con la certeza de un sueño cumplido. Sin embargo, los 82 revolucionarios de entonces lo hacían con una sola convicción: ser libres o mártires.
Fidel lo había expresado a su llegada a México, un año antes: «Las puertas adecuadas a la lucha civil me las han cerrado todas. Como martiano, pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. La paciencia cubana tiene límites (…). De viajes como este no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies».
Fue así como, con más coraje que armas, los expedicionarios del yate Granma pusieron proa a la libertad, desde México, el 25 de noviembre de 1956, y siete días después desembarcaban en la Isla amada, fustigados por la travesía difícil, el cansancio acumulado, la sed, el hambre y la amenaza de la aviación enemiga.
Sobre aquel momento, escribiría el Che: «Quedamos en tierra firme, a la deriva, dando traspiés, constituyendo un ejército de sombras, de fantasmas, que caminaban como siguiendo el impulso de algún mecanismo psíquico».
En lo adelante nada sería sencillo. Primero vencerían una ruta casi dantesca, entre mangles y ciénagas, en la que los cuerpos se hundían hasta los hombros, las raíces desgarraban las pieles y las botas se destrozaban; y tres días después sufrirían el revés de Alegría de Pío, la dispersión de la incipiente tropa, la muerte de combatientes y la persecución del enemigo.
Pero a pesar de todo, no se renunciaría a la palabra empeñada. El reencuentro de Raúl y de Fidel en Cinco Palmas, el 18 de diciembre, lo confirmaría. Ocho hombres, siete armas y una profecía inquebrantable serían suficientes: ¡Ahora sí ganamos la guerra!
De aquel puñado de hombres nacería el embrión que conformó el Ejército Rebelde. Y luego, tras el triunfo del 1ro. de enero de 1959, surgirían las Fuerzas Armadas Revolucionarias, cuya doctrina de guerra de todo el pueblo tuvo su raíz fundacional en la epopeya del desembarco del yate Granma, y en esa esperanza renacida que trajeron, como carga valiosa, sus expedicionarios.
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