7 de mayo de 2024

Radio 26 – Matanzas, Cuba

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La Historia Me Absolverá vislumbró el triunfo

El 16 de octubre de 1953, hace 70 años, Fidel en su  autodefensa conocida como La Historia Me Absolverá pasó de acusado en a acusador, denunció los crímenes y latrocinios de la dictadura y de  su mayor responsable.

La Historia Me Absolverá vislumbró el triunfoEn las horas posteriores al ataque al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, y el Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de julio de 1953, llegó a la capital oriental el General Martín Díaz Tamayo con la orden del presidente Fulgencio Batista de matar 10 prisioneros por cada soldado muerto, la que se cumpliría con celeridad en más de 50 revolucionarios torturados y ultimados en los calabozos del Moncada, en sus áreas exteriores y en los alrededores de la ciudad.

Aquella matanza perseguía, además, imponer un estado de terror entre los sobrevivientes que los desarmara moralmente y los llevara a pedir clemencia, y acabar para siempre con sus ideas, pero la tiranía se equivocó en aquilatar a aquellos hombres, de los cuales no pudieron presentar ni un solo asaltante que renegara de sus convicciones.

Mas nadie estaba preparado como  el jefe de la acción, el joven abogado de 26 años Fidel Castro,  quien vio morir a muchos de sus compañeros y milagrosamente sobrevivió a la acción, para enfrentar el duro revés militar, denunciar aquella matanza y salvar los ideales de la Revolución.

El 16 de octubre de 1953, hace 70 años, Fidel en su  autodefensa conocida como La Historia Me Absolverá pasó de acusado en a acusador, denunció los crímenes y latrocinios de la dictadura y de  su mayor responsable.

Aunque trataron de aislarlo, en su condición de abogado asumió su propia defensa en la Causa 37 por los ataques a ambas fortalezas. Ya había demostrado desde las primeras comparecencias ante el tribunal su valentía y decisión, aun a costa de la vida al denunciar los crímenes contra los asaltantes y defender el programa revolucionario ante los males de la República.

La farsa de juicio, con que el régimen perseguía presentar los hechos de acuerdo con sus mentiras para encubrir los crímenes, tendría lugar en una salita de estudios de las enfermeras, atestada de militares en el Hospital Civil de Santiago de Cuba, que previamente fue tomado por soldados armados con fusiles de bayoneta calada y abundante parque.

Al joven líder no lo amedrentó el despliegue del contingente militar, en cuyas filas se encontraban verdugos de los asaltantes y expresó: “Veo que tengo por único público, en la sala y en los pasillos, cerca de cien soldados y oficiales. ¡Gracias por la seria y amable atención que me están prestando! ¡Ojalá tuviera delante de mí todo el Ejército!».

Según testigos presenciales, el alegato de Fidel captó la atención de los soldados que en muchos casos apoyaban sus armas en el suelo y con rostros absortos seguían sus palabras.

En sus primeras frases en aquella mañana dijo: “Como resultado de tantas maquinaciones turbias e ilegales, por voluntad de los que mandan y debilidad de los que juzgan, heme aquí en este cuartico del Hospital Civil, adonde se me ha traído para ser juzgado en sigilo, de modo que no se oiga, que mi voz se apague y nadie se entere de las cosas que voy a decir”.

Fidel describió con objetividad fotográfica lo que había ocurrido en la madrugada del 26 de Julio: “El Cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros.

“Los muros se salpicaron de sangre; en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos, chamusqueados por los disparos a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre. Las manos criminales que rigen los destinos de Cuba habían escrito para los prisioneros a la entrada de aquel antro de muerte, la inscripción del infierno: Dejad toda esperanza.”

El joven abogado reivindicó el gesto de los asaltantes, quienes no dejaron morir al Apóstol José Martí en el año de su centenario: “Mis compañeros, además, no están ni olvidados ni muertos; viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas”.

Se refirió al programa de cambios de la Revolución, entre los que planteó una reforma agraria que garantizara la tierra a quien la trabajara, el derecho a una vivienda digna, a la salud y la educación, algo que parecía lejano en ese difícil año de 1953, y se convirtió en realidad a partir de 1959.

Y terminó su alegato con memorables palabras que prefiguraron la dura etapa del presidio, pero también la completa seguridad de la justicia de sus ideas.

“En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la Historia me absolverá”.

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