Arsenio Rodríguez: ecos de un paradigma universal
El 30 de agosto de 1911 vio la luz en el betancourense terruño de Güira de Macuriges una de las figuras más influyentes de la cultura cubana y universal, dotada de unas extraordinarias sensibilidad y versatilidad artísticas, un prodigioso talento en el manejo del tres y una ejemplar perseverancia que le hizo trascender su discapacidad visual para convertirse en un manifiesto ícono del patrimonio sonoro antillano.
Este afamado intérprete que, si bien respondía al nombre de Ignacio de Loyola Rodríguez Scull, fue inmortalizado por la historia como Arsenio Rodríguez, enriqueció los acordes y ritmos de géneros como el son, la guaracha, el son montuno y el bolero, irrumpió con notoria pericia en la conga, el pregón, el chachachá y la rumba y devino precursor de la salsa, el jazz latino y el mambo que hoy conocemos.
Después de integrar exitosas agrupaciones, en 1940 fundó un conjunto musical al que puso su propio nombre y que rápidamente se posicionó como uno de los más disruptivos de la época, dada su innovadora ejecución del tres, la adición de las trompetas, el piano y la tumbadora, y la originalidad sonora y armónica que destellaba en cada presentación.
Una vez radicado en los Estados Unidos, en 1954, gracias a los nuevos conjuntos y producciones discográficas que sumó a su vasta trayectoria se consolidó como un referente de la música bailable latinoamericana y caribeña en Nueva York y Los Ángeles, donde tristemente feneció a la edad de 59 años el 31 de diciembre de 1971.
Tan imperecederas como su existencia fueron las más de 200 composiciones musicales que llegó esta estrella a la posteridad y entre las que Feliz viaje, El último amor, Todos seguimos la conga, El Cerro tiene la llave, Ilusiones muertas y La vida es un sueño, entre otras, se convirtieron en sellos de su inagotable magistralidad artística.
No es sorpresa entonces que, a 113 años del albor de este glorioso paradigma, su impronta perviva y el mundo siga embelesado ante la sagacidad de su lirismo, la vastedad y opulencia de sus melodías, la singularidad de su estilo y la esplendidez humana de quien, gracias a estas y más virtudes, fue oportunamente bautizado como «El Cieguito Maravilloso».