Otro Junio

“Desde pequeño lo supe, jugaba con muñecas y me gustaban los juegos ‘de niñas’. Con el tiempo, fui entendiendo lo que sentía, hasta que busqué consuelo en mi familia, reuní el valor y les conté, uno a uno, que soy gay, y no pasó nada, a nadie le cambió su forma de verme. Creí que sería más difícil”.
Así lo cuenta Eduardo, con una sonrisa ligera, como si aún le sorprendiera haber encontrado apoyo. Durante años temió el momento en que su orientación sexual saliera a la luz, temía el rechazo, el drama, el dolor propio y el de su familia, pero lo que encontró fue lo contrario: aceptación, amor intacto y comprensión.
Entonces, ¿por qué temer tanto? ¿Por qué esperar rechazo al decir simplemente a quién se ama? ¿Por qué seguimos suponiendo que ser gay es un problema?
Junio de 2025, una nueva conmemoración del mes del Orgullo LGBTQ+. Una fecha que más que festiva sigue siendo necesaria, porque, aunque el testimonio de Eduardo habla de aceptación, su experiencia no es aún la más común.
Un amigo cercano me confesó que durante años reprimió sus deseos por miedo, trató de convencerse de que no era real, hasta que un día decidió contarlo. También fue aceptado por su familia, pero su temor no era infundado, ya que tiempo atrás, un conocido suyo fue echado de casa por confesar su verdad. El miedo, entonces, no nace del vacío, sino de historias reales que se siguen repitiendo.
Y aquí es donde conviene detenerse: ¿cómo es posible que, en plena era de avances científicos y tecnológicos con inteligencias artificiales que escriben, crean y razonan, todavía nos cueste aceptar que la sexualidad humana es diversa y que todas las formas de amar son legítimas?
Más que rechazo abierto, lo que suele respirarse es silencio, miedo al juicio ajeno, a veces incluso vergüenza. Como en el caso de un joven que conocí: fue víctima de abuso por parte de su primo, pero no se atrevía a contarlo, no solo por el daño sufrido, sino porque también era gay y le parecía demasiado denunciar el abuso y revelar su identidad al mismo tiempo, como si ser víctima y homosexual fuera una doble condena.
Seguimos viviendo en una sociedad que enseña a temer ser quien uno es, donde la palabra “homosexual” aún se utiliza como insulto en patios escolares, redes sociales, oficinas e incluso dentro de las propias familias. Lo vivió Javier hace apenas unos meses: estaba en una playa con su pareja cuando un hombre mayor se acercó a exigirle “respeto” por los demás, alegando que un beso entre dos hombres era una ofensa para los niños presentes. Una escena que revela cuánto queda por aprender.
Pero también vivimos en tiempos de transformación, hoy quiero creer que cada vez más personas comprenden que el amor no necesita etiquetas rígidas ni autorizaciones externas. Que salir del clóset no tiene que doler, ni destruir, sino liberar, que desde aquella primera marcha de los años 70 el miedo ha ido retrocediendo, aunque todavía a cuentagotas.
Junio no es solo un mes de banderas multicolores y celebraciones, es un llamado urgente a la empatía y a la educación, porque el respeto todavía escasea y la diversidad aún no se enseña con claridad ni orgullo en todos los hogares y escuelas.
Ojalá llegue pronto el día en que nadie tenga que “confesar” su orientación, como si se tratara de una falta. Ese día, salir del clóset no será necesario, porque ya no habrá clóset del cual salir.
Liz María Martínez López, estudiante de Periodismo