Volvió a su tierra matancera, como semilla agradecida

Tal vez debí escribir estas líneas antes, mucho antes, cuando el Maestro Rafael Somavilla Morejón aún vivía y lo saludaba, alguna que otra vez, en la casa de su familia en la Calzada de Tirry, durante las visitas a sus queridas tías Teresa y María Antonia.
No mide alguien en qué momento exacto acabará la vida, ni siquiera la propia. Por eso en casos como éste tiene uno que recurrir a los recuerdos y a los apuntes que atesoran amarillentas hojas guardadas año tras año.
Ni aún aquella mañana del 26 de diciembre de 1979, cuando fue por última vez a Girón, intuí la cercana e irreparable pérdida. Accedió con su habitual cortesía a la entrevista –tal vez la última-, la cual como decía riendo “no había sido avisada”.
Conocí a Rafael Somavilla Morejón en el primer mes de 1979. Se había decidido dedicar dos páginas del semanario Yumurí a la obra de su padre, el también músico Rafael Somavilla Pedroso y él ayudó con mucho entusiasmo a hilvanar aquellas líneas.
Nacido el 19 de agosto de 1927 en la ciudad de Matanzas, la música lo atrajo desde temprano. A los ocho años inició los estudios de piano con su padre y a los once ya lo había examinado. Cursó el bachillerato en Matanzas y culminó el doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Realizó además, estudios de armonía y composición.
Solían afirmar sus familiares que Bebo –como cariñosamente lo llamaban- estaba muy unido a su padre y siempre le consultaba su opinión. Por eso cuando aquel falleció el 27 de octubre de 1973, nadie mejor para despedir el duelo que su propio hijo.
Era de conversación rápida. Daba la impresión de que hablaba así para que no se le escaparan las palabras, para decir todo lo que pensaba.
Fundador de la Banda de las Milicias Nacionales Revolucionarias, filas en las que alcanzó el grado de teniente. Representó a Cuba en numerosos escenarios internacionales. Tuvo el honor de ser el primer cubano que dirigió una orquesta en el Festival de Sopot, en Polonia, donde también fungió como jurado y sus arreglos musicales fueron premiados en los festivales Orfeo de Oro, en Bulgaria, y Dresde, en Alemania.
Hay coincidencias en la vida de los hombres que no dejan de llamar la atención. La primera vez que el Maestro Somavilla se presentó en público con una orquesta –en esa ocasión al piano— fue en la de su padre, aquí, en su querida Matanzas. Y la última también fue aquí, 23 días antes de morir, esta vez con la batuta de director. No hay que dudar entonces que le dejó a su ciudad los mejores trabajos: el primero y el último.
Aquella noche del 28 de diciembre de 1979 dirigió la orquesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) en el estreno del cuarto movimiento de su obra Danzón. El parque René Fraga servía de escenario al Festival Nacional por el centenario del baile nacional cubano.
Somavilla compuso Danzón por encargo del también Maestro matancero Mario Argenter Sierra, amigo de su padre, quienes habían coincidido ambos en la dirección de la Orquesta de Cámara de Matanzas.
En la entrevista concedida dos días antes del estreno, explicó que la obra era un poema sinfónico basado en Las alturas de Simpson, de Miguel Failde, con la característica de que cada movimiento correspondía a una parte de Las alturas…
“El primer movimiento está basado –detalló– en el paseo o introducción del danzón; el segundo es un trío de flautas; y el tercero, uno de violín. Hasta ahí es fiel al original de Failde. Le agregué un cuarto movimiento que recrea un recuento del danzón hasta nuestros días, pasando por Almendra, Tres lindas cubanas, Fefita, El bombín de Barreto hasta Yuya Martínez, de los Van Van, y el Ponte los lentes, Caridad, de la Aragón.
“Termina con la introducción. Espero realizar una versión de los dos últimos movimientos para la orquesta de Matanzas y estrenarla tal vez el año entrante.”
Pero este propósito quedó trunco porque el domingo 20 de enero de 1980, a la 1:00 de la madrugada, fallecía en el Hospital Neurológico de La Habana. Un derrame cerebral cegaba así 52 años de vida.
Hasta su deceso integró los Consejos Técnicos Asesores del Ministerio de Cultura y del ICRT.
Tenía una estrecha comunicación y un fehaciente amor por su familia, por sus entrañables Teresa y María Antonia, sus tías paternas; por sus hijos: Armando, José Rafael, Aurelia y Martha; por su hermana Lourdes; y por su esposa, Elba Soler.
Su cadáver estuvo expuesto el domingo 20 y la madrugada del lunes 21 en la funeraria Rivero, de la capital del país, donde residía el Maestro. De ahí fue trasladado a su querida Matanzas en la mañana de ese lunes, para recibir sepultura en el cementerio San Carlos Borromeo.
La salida del cortejo fúnebre fue encabezada unos 200 metros por la Banda de Conciertos matancera, que interpretaba la Marcha Fúnebre de Rossini, tal como se había hecho con su padre. Al sepelio asistieron decenas de matanceros y personalidades del arte del país, como Armando Hart, en aquel entonces ministro del Cultura, y su amigo Rafael Lay, director de la Aragón, hoy fallecido también.
Al despedir el duelo, Julio García Espinosa, vice-ministro de Cultura en ese momento, resaltó: “… Siempre le interesó más el desarrollo musical de nuestro país, que sus triunfos personales. Siempre pensó más en los otros, que en sí mismo. Y estos rasgos son los que definen la estatura del Maestro y del compañero Somavilla como hombre de la cultura nacional…
“Se nutrió de esta tierra matancera, tan rica en tradiciones culturales. A ella vuelve ahora como semilla agradecida.”
Y aunque estas cuartillas debí escribirlas antes, mucho antes, cuando el Maestro con sus propias palabras hubiera contado lo que mi pluma no ha podido, sirvan estas líneas de recordación de una de las glorias musicales, no sólo matancera, sino también cubana.