El hombre que encendió la llama del pensamiento cubano

Mientras las armas dormían y el grito de independencia aún no hallaba cauce, hubo un hombre que optó por librar otra guerra: la del alma y la razón de su pueblo. No empuñó machetes ni redactó proclamas insurgentes, pero formó con palabras ideas y carácter a quienes luego cambiarían el rumbo de la historia. José de la Luz y Caballero no fue un héroe de campos de batalla, sino del aula y la conciencia. Y a esta Isla, entonces ávida y desprovista de voz, él le ofrendó lucidez.
Nacido en La Habana el 11 de julio de 1800, este maestro por vocación y patriota por compromiso ético, más que un mero pedagogo y avispado aforista, políglota y filósofo, devino artífice y precursor de un pueblo sumido en un naciente despertar. Su célebre frase —“instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”— no es simple retórica moralista; es la síntesis de su proyecto político-cultural: una república fundada sobre la virtud, el conocimiento y la dignidad del ser humano.
Su formación en tierras europeas lo dotó de la sapiencia oportuna para adaptar los preceptos del racionalismo y la Ilustración a una realidad insular marcada por la desigualdad, la esclavitud y la ignorancia impuesta. En 1848, al frente del Colegio del Salvador —reconocido entonces por su pedagogía avanzada—, abrió su propia biblioteca al alumnado, impulsó clases especiales de Filosofía, Alemán y Latín, promovió métodos científicos modernos y sembró en sus discípulos una ética de la elevación humana, siempre desde el prestigio moral y la profundidad intelectual que le caracterizaban.
Y más allá de la teoría, Luz plasmó sus ideas en múltiples aforismos y escritos donde el pensamiento servía a la acción formativa. Como él mismo confesó, no tenía tiempo para escribir libros porque se dedicaba a formar hombres. En el Seminario San Carlos, donde sucedió a Félix Varela y José Antonio Saco, defendió el método experimental y la primacía de las ciencias naturales como vía para transformar la realidad. Esta inspiradora visión quedó rubricada en la praxis revolucionaria de figuras como Rafael María de Mendive y José Martí Pérez, quienes cimentaron su ética en la gesta emancipadora antillana.
Aunque fallecido el 22 de junio de 1862, su legado refulge más allá de su tiempo en un contexto donde la banalidad y el oportunismo parecen imponerse sobre la educación y el pensamiento crítico. Rememorarlo no es un gesto nostálgico, sino un acto de urgencia. Luz nos recuerda que la cultura no es adorno ni entretenimiento: es columna vertebral de la libertad. Y que educar no es repetir contenidos, sino formar almas capaces de pensar por sí mismas.
Hoy, más que nunca, José de la Luz y Caballero debería ocupar un lugar esencial en el imaginario de la nación cubana. No como estatua silenciosa en alguna escuela, sino como brújula ética en tiempos de incertidumbre. Porque cuando se disipan las certezas, solo queda el pensamiento. Y Luz fue, y sigue siendo, uno de sus grandes iluminadores.