26 de junio de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

¿Hasta cuándo damas en apuros?

¿O acaso —como advirtió Simone de Beauvoir— el problema de la mujer siempre ha sido, en realidad, un problema de los hombres?

«Cuántas mujeres olvidadas porque ellas mismas ni siquiera pudieron, pueden o podrán decir: ‘¡esta boca es mía!, ¡este cuerpo es mío!, ¡esto es lo que yo pienso!’».

Virginia Woolf, en su máxima expresión de idealismo feminista del siglo XX, nos dejó este grito que aún resuena. Un siglo más tarde, ya en pleno siglo XXI, cabe preguntarse: ¿puede hoy la mujer cubana decir con libertad “esta boca es mía, este cuerpo es mío”?

Sigue siendo tema polémico la integración libre de las mujeres a la vida social, digo libre con énfasis, porque integradas están: estudian, trabajan, participan, pero la libertad —esa palabra enorme— aún sigue entre comillas. Las razones son muchas, tristes y dolorosamente absurdas, las consecuencias, a menudo, trágicas.

¿Puede una joven en Matanzas tomar un taxi-moto a las dos de la mañana luego de salir de una discoteca? Sí, puede. Pero… ¿llegará sana y salva a su destino? Tal vez sí. Tal vez no. Tal vez su amiga le tome una foto a la chapa del vehículo y le diga la clásica frase: «Llámame cuando llegues». Pero eso no es garantía de nada.

Que una mujer tome un taxi-moto a esa hora en esta ciudad —aunque menos frecuente ahora por los antecedentes que todos conocemos— sigue considerándose una locura y lo peor: se culpa a la chica por imprudente.

La lista de situaciones que colocan a la mujer como “dama en apuros” es interminable. No es justo tener ideas claras sobre tu cuerpo y no poder vivirlas con libertad, aún pesa una historia donde se nos encasilló como el «sexo débil» y hoy esa idea no debería tener cabida, pero sigue siendo raíz de muchas cadenas invisibles.

Volvamos a la misma joven que necesita llegar a casa y tiene dos opciones: pedir la compañía de un amigo varón —porque eso “la protege”—, o reafirmar su autonomía, subirse sola al taxi y seguir su camino. Pero hay una tercera opción, menos evidente y mucho más real: tragarse sus ideales y optar por la seguridad.

¿Por qué? Porque tal vez el motorista, por verle una minifalda, le dedique todo el trayecto a comentarios lascivos, o tal vez no, y solo la deje exactamente donde pidió, pero el precio no es solo el del servicio, sino el del miedo: ese que se pega al cuerpo durante el camino pensando “¿y si frena en medio de la oscuridad y decide violentarme, qué hago?”. Porque la foto de la chapa no quita el trauma, sirve para denunciar, sí, más no repara el daño.

Otro día cualquiera, en una parada, escucha a un hombre decir una grosería porque no paró una guagua y nadie se inmuta. Luego, una muchacha comenta con su amiga en voz baja una frase similar, y todos se giran escandalizados: “¿Una niña tan decente hablando así? ¡Qué feo!”

Ese doble rasero es violencia simbólica, esa que no deja marcas visibles, pero moldea el comportamiento con reglas no escritas.

Necesitamos una educación que forme desde el respeto, que prepare para convivir en una sociedad donde la diversidad humana no sea un obstáculo, sino una riqueza. Muchas familias lo intentan en casa, pero luego la calle enseña lo contrario: discriminación, desigualdad, prejuicios y entonces, seguimos retrocediendo.

¿Hasta cuándo seremos damas en apuros?

¿De qué hablamos realmente cuando decimos que ya la mujer es un miembro más de la vida social?

¿Tenemos en verdad los mismos derechos?

¿O acaso —como advirtió Simone de Beauvoir— el problema de la mujer siempre ha sido, en realidad, un problema de los hombres?

  • Por Liz María Martínez López, estudiante de Periodismo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *