Freddy Artiles: personalidad perenne en la escena cubana

Los telones se abren para dejar al descubierto la inmensidad artística de quien, sin ser matancero, ha sido adoptado por esta ciudad como un cómplice nada fortuito de nuestras artes escénicas. No puede ocurrir de otra manera cuando se tiene en cuenta que la urbe yumurina amuebla su cultura con lo mejor de las tradiciones de la isla y, pícara, le guiña un ojo a los actores en el escenario, como si jugara con ellos a surcar fantasías, a amarrar los sueños y elevar las anclas de los deseos.
Un templo teatral como es Matanzas se distingue con un Papalote que revolotea sin sobresaltos y coquetea con las esponjas blancas del cielo, mientras fascinantes Estaciones buscan siempre la luz del verano y los colores de una primavera teatral interminable; la ciudad en la que el retoque de tambores le sirve de guía a Icarón en su empeño de alcanzar los rayos del sol o la de un Mirón Cubano que desde las calles nos saluda divertido.
En una ciudad como la nuestra, no podemos menos que recurrir a nuestros sueños infantiles, descorrer las cortinas y reverenciar a uno de los más importantes creadores de las tablas cubanas: Freddy Artiles.
Obras e investigaciones del teatro cubano
En busca de Pelusín del Monte se aventuró un buen día. Quería hacer del simpático niño de guayabera, pañoleta roja y sombrero el referente de nuestra cultura, y bien que lo logró.
El cursar seguro de Freddy Artiles Machado por la escena cubana comenzó con lo que en sus inicios fue un texto por encargo para los niños de la Sierra Maestra, que se tituló, posteriormente, El conejito descontento, texto que le valió el Premio de Dramaturgia en el concurso La Edad de Oro.
En 1971 obtuvo el premio José Antonio Ramos, de teatro, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba con su pieza Adriana en dos tiempos e inició así su carrera en el teatro profesional.
A dicha obra le siguieron otros títulos como En la estación, De dos en dos, Vivimos en la ciudad, El esquema, Temas para broncas con posibles fechas, todos para adultos y piezas titiriteras para diversos sectores etarios, entre ellas ¡Llega el circo!, El mundo al revés, El Quijote anda y Pinocho y el tiburón morado.
Estas piezas teatrales lo dieron a conocer por todo el país, pero sus más importantes aportes al panorama escénico de la isla fueron sus investigaciones sobre autores, obras, grupos, estéticas y tendencias del movimiento titiritero.
Así es que hoy podemos comprender a fondo una historia que comenzó con la llegada de saltimbanquis a la Cuba colonial. Gracias a Freddy también ha llegado hasta nosotros la trayectoria de artistas en medio de procesos creativos que marcaron el desarrollo del movimiento de teatro profesional cubano.
Fue él quien llamó la atención acerca de la correcta denominación de teatro para niños, que sustituyó al inadecuado nombre de teatro infantil, que se refiere obviamente al ejecutado por los propios pequeños.
Por todo el archipiélago impartió cursos de teatro para niños, talleres de dramaturgia y conferencias magistrales sobre el arte titiritero y extendió sus saberes hasta Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, México, Colombia, Perú y España.
El aporte esencial
Una de las contribuciones más importantes de Freddy Artiles para el entendimiento y dignificación del teatro de figuras en Cuba fue su estudio del títere Pelusín del Monte. El dramaturgo buscó en los orígenes del muñeco de Dora Alonso y Pepe Camejo, puntos de contacto con los héroes populares tradicionales de otras latitudes.
Descubrió que el habla dicharachera del guajirito se parece a nosotros mismos, por su picardía mezclada con ternura. Nadie antes conocía de la presencia perenne del hijo de Dora Alonso en las décadas que continuaron a su nacimiento, ya sea en el teatro, la televisión o la radio.
Algunos han intentado discutir el título de títere nacional de Pelusín del Monte defendido por Freddy, pero la propia existencia del títere en el repertorio de grupos consagrados y noveles de la Isla, la recopilación de las Nuevas aventuras de Pelusín del Monte en una antología con textos que fueron libretos de Dora para la televisión nacional en los años 60, demuestran el fracaso de quienes que han querido negar al guajirito de Tres ceibas su cubanía, por tener el pelo rubio y los ojos verdes, como su propia creadora, a quien Freddy tanto amó y respetó.